El paradigma del fin (y II)

ALEXANDER DUGINpor Alexander Dugin -Leer primera parte: «El paradigma del fin (I)»

La guerra de las naciones

Todavía se puede encontrar otro modelo de interpretación en diversas teorías étnicas que tienen en cuenta las naciones, a veces las razas, y otras veces a este o aquel pueblo que se opone a todos los demás para ser el sujeto fundamental de la historia. Existen innumerables versiones en este campo. Uno de los teóricos más destacados del enfoque étnico fue Gerder, figura de la ilustración alemana cuyas ideas fueron desarrolladas por los románticos alemanes, parcialmente tomado prestadas por Hegel, y finalmente adoptadas por los representantes de la «revolución conservadora» alemana, especialmente por el prominente pensador, jurista y filósofo Carl Schmitt. El enfoque racial fue esbozado en los escritos del conde Gobineau y luego fue retomado por los nacionalsocialistas alemanes. El mismo aspecto de ver la historia a través del prisma de una etnia se ha representado con mayor claridad en los círculos judaicos y sionistas sobre la base de las características específicas de la religión judaica. Además, siempre se pueden encontrar tendencias cercanas a la idea de la exclusividad nacional durante un aumento de los sentimientos nacionales, pero la diferencia es que estas teorías en ninguna parte han adquirido un contenido religioso tan pronunciado, estable y desarrollado, y han poseído una tan larga tradición histórica como entre los judíos.

Hay varios teorías étnicas inusuales pero muy convincentes que no encajan en ninguna de las categorías antes mencionadas. La «teoría de la pasionaridad y la etnogénesis», por ejemplo, del genio científico ruso Lev Gumilev es uno de éstas. También considera la historia del mundo como resultado de la interacción de las etnias entendidas como seres vivos, orgánicos, de la juventud a la vejez y la muerte. Aunque esta teoría es muy interesante y revela muchos patrones de civilización enigmáticos, no posee el grado de reducción teleológica que nos interesa. Los puntos de vista de Gumilev no pretenden ser una generalización final. Por otra parte, Gumilev era propenso a considerar los puntos de vista escatológicos (explícitos o encubiertos) como expresiones de una etapa «decadente» del desarrollo de una etnia, como quimeras que surgen según se aproxima el umbral de la muerte de las culturas y los pueblos con la decadencia y la pérdida de la pasionaridad. En consecuencia, para él, el estado de la cuestión relativa a la interpretación del «fin de la historia» no hubiera sido nada más que una expresión de profunda decadencia. Por esta razón, Gumilev debe dejarse a un lado.

En el caso de Gumilev, sólo el primer criterio, el de la etnia, puede tomarse, sobre el cual se basan todas las teorías del ethnos como un sujeto histórico, dividiéndose en dos partes, ya que algunas de estas teorías tienen un dimensión teleológica, escatológica, y otras no. ¿Cuáles tenemos en cuenta?

Existen concepciones de la historia que ven el reflejo del significado de todo el proceso histórico en el destino de este o aquel pueblo (las variantes de la existencia de distintos pueblos o razas) y, en consecuencia, el triunfo final, el renacimiento, o al contrario, la derrota, la humillación y la desaparición de una nación, son considerados los resultados de la historia mundial, la máxima expresión de su significado secreto. Estas teorías étnicas de orientación escatológica nos interesan sobre todo. Otras teorías podrían ser igual de extravagantes o interesantes, pero en la medida en que no tengan ninguna dimensión teleológica, no añaden nada a la comprensión del problema en estudio. Los nacionalismos ruso, norteamericano, judío, kurdo, inglés, así como el racismo alemán, obviamente, gravitan hacia el planteamiento de la cuestión escatológica. Los nacionalismos polaco, húngaro, árabe, serbio, armenio, o italiano, aunque pueden ser no menos vívidos, intensos o dinámicos, son, evidentemente, teleológicamente pasivos. El primer grupo cree que el sujeto prioritario es la historia de su pueblo y sus vicisitudes dado que forman el contenido del proceso histórico mundial, con el triunfo final de estos pueblos y el pisoteo de las naciones hostiles, poniendo fin a la historia. El segundo grupo no tiene una escala tan global e insiste sólo en la aprobación pragmática y menos pretenciosa de las características nacionales, la cultura, y la condición del Estado de cara a las naciones y las culturas circundantes. Aquí está la línea divisoria importante. Un estudio del segundo grupo de doctrinas étnicas no nos deja más cerca de identificar los paradigmas históricos, ya que toma una escala demasiado pequeña para empezar. El primer grupo, por el contrario, cumple con nuestros requisitos, aunque en este caso hay que distinguir entre «la globalización de los deseos» y la «globalización de lo que es real». Incluso una consideración teórica pura de esta interpretación étnica de la escatología requiere de una etnia particular que tenga una escala histórica significativa (en tiempo y espacio). De lo contrario, en el caso contrario, la imagen resulta ser ridícula.

Pero, incluso limitando la gama a la consideración del «nacionalismo teleológico», todavía no tenemos una imagen sistemática. En tanto que la analogía entre la economía política y la geopolítica resultó ser entera y vívida, intentaremos – un poco artificialmente – extender el mismo modelo a la historia étnica. Sólo entonces puede tal identificación llegar a ser explicativa, justificada o injustificada.

La geopolítica nos permite dar el primer paso en este sentido. Así como el Mar=Occidente, la «etnia de Occidente» es la portadora de las tendencias talasocráticas al nivel étnico. Y al igual que nuestra ecuación tiene ya la fórmula Mar=Capital, entonces un (hasta ahora) hipotético «ethnos de Occidente» se convierte en el tercer miembro de la identidad Mar=»ethnos de Occidente»=Capital. Construir el polo opuesto de la Tierra= «ethnos de Oriente»=Trabajo es igual de fácil. Ahora lo que queda es relacionar los conceptos de «ethnos de Occidente» y «ethnos de Oriente» a algún tipo de realidades históricas fijas y explicar la presencia de las correspondientes doctrinas escatológicas.

Es aquí donde los eurasianistas rusos (Trubetskoy, Savitsky, etc.) vienen en nuestra ayuda. Siguiendo a Danilevsky, ellos identificaron la «etnia de Occidente» con los pueblos «romano-germánicos», y la «etnia de Oriente» con los «eurasiáticos», polo en el que se destacan los rusos como una síntesis única de las etnias eslava, turca, úgrica, alemana e iraní. Por supuesto, hablar de «romano-germánicos» como una etnia no es del todo exacto, pero hay sin embargo, señales históricas y de civilización comunes claramente presentes. Los romano-germánicos están unidos por la geografía, la cultura y la religión, así como por un desarrollo tecnológico común. Se considera que la cuna de lo que podría llamarse la «civilización romano-germánica» es el Imperio Romano de Occidente y más tarde el «Santo Imperio Romano Germánico». La unidad etnocultural está presente, pero, ¿autoriza esto a uno a hablar de un solo concepto escatológico que pueda considerarse el destino de este grupo étnico como un paradigma de la historia? Si nos fijamos bien en la lógica del desarrollo del mundo romano-germánico, entonces vemos que este mundo prácticamente usurpó y se apropió exclusivamente para sí el concepto de «ecúmene», es decir, «universal», que anteriormente caracterizaba el agregado de todas las partes del Imperio ortodoxo. Pero después de la ruptura con Bizancio, Occidente se reservó el concepto de «ecúmene» sólo para sí mismo, reduciendo la historia universal a la historia de Occidente y dejando de lado no sólo al mundo no cristiano, sino también a todos los pueblos ortodoxos de Oriente y, por otra parte, el eje del cristianismo genuino, Bizancio. Por lo tanto, el centro del cristianismo auténtico, el Oriente ortodoxo, quedaba fuera del «mundo cristiano» romano-germánico. Además, este concepto de la «ecúmene Europea» fue heredado por los pueblos de Occidente después de la violación de la unidad de su religión católica y después de la secularización. El mundo romano-germánico identificó su historia étnica con la historia de la humanidad, y esto en particular preparó el terreno para que N. S. Trubetskoy titulara su libro Europa y la Humanidad, en el que de manera convincente mostró que la auto-identificación de Occidente con la humanidad volvió a la verdadera humanidad, en el sentido entero y normal de la palabra, en enemiga de Occidente. En tal perspectiva, el hecho de la autoidentificación de Europa y de los europeos como el sujeto étnico de la historia comienza a revelar que el resultado positivo (en la conciencia de los romano-germánicos) de la historia, sería equivalente al triunfo final de Occidente, de su «ecúmene» cultural y política, sobre todos los demás pueblos del planeta. Esto, en particular, sugiere que las normas políticas, éticas, culturales, y económicas romano-germánicas desarrolladas a lo largo de su historia deben ser universales y universalmente aceptadas, y que debe romperse toda resistencia por parte de los pueblos y las culturas indígenas.

La escatología conceptual de las naciones europeas pasa por varias fases de desarrollo. En un principio, tenía una expresión católico-escolástica paralela al desarrollo de doctrinas puramente místicas tales como el concepto del «tercer reino» de Joaquín de Fiore. El mundo romano-germánico tenía que completar la «evangelización» de los bárbaros y los herejes (¡incluyendo a los cristianos ortodoxos!) para ser seguido por el «paraíso en la tierra», cuya imagen se representa más o menos análoga a la dominación universal del Vaticano, elevado al nivel de absoluto. En el siglo XVI, la escatología Europea encontró su expresión en la Reforma y más tarde encontró su última forma en la doctrina anglosajona protestante de las «tribus perdidas». Esta doctrina considera que los pueblos anglosajones son los descendientes étnicos de las diez tribus perdidas de Israel que, según la historia bíblica, no regresaron de la cautividad en Babilonia. Por lo tanto, los verdaderos judíos, los israelitas, el «pueblo elegido», son los anglosajones, el «grano de oro» del mundo romano-germánico, que están destinados a establecer la supremacía sobre todos las demás pueblos de la tierra en los últimos tiempos. En esta doctrina extrema formulada en el siglo XVII por los partidarios de Oliver Cromwell, toda la lógica de la historia étnica de Europa se condensa y se concentra, confirmando de forma inequívoca la universalidad étnica y cultural de las pretensiones de Occidente para la dominación del mundo. Tal es la aclaración del sujeto étnico del mundo romano-germánico, que poco a poco y tanto más claramente convirtió a los anglosajones y protestantes fundamentalistas de esta orientación escatológica [4]. Pero las raíces de esta doctrina se pueden encontrar en la Edad Media católica en el Vaticano. A este respecto, se encuentra el brillante análisis de Werner Sombart en su libro La quintaesencia del capitalismo [5]. Los anglosajones, en paralelo a la cristalización de las concepciones de la selección étnica, son los primeros en ser incluidos en los dos procesos fatídicos que constituyen el corazón de la economía política y la geopolítica contemporánea. Inglaterra hace un gran avance industrial, es la primera de las potencias europeas en entrar en la revolución industrial, que rápidamente condujo al florecimiento del capitalismo, y al mismo tiempo conquista el espacio marino del planeta, ganando el duelo geopolítico contra la más arcaica, «basada en el suelo» y tradicionalista España. Carl Schmitt reveló muy bien la relación entre estos dos puntos de inflexión en la historia moderna [6].

Poco a poco, otro estado «hijo» adoptó la iniciativa de Inglaterra. Este fue EE.UU., originalmente fundado en los principios del «fundamentalismo protestante» y concebido por sus fundadores como un «espacio de utopía» y «tierra prometida», en el que la historia debe terminar con el triunfo planetario de las «10 tribus perdidas». Esta idea se manifiesta en el concepto americano del Destino Manifiesto que considera a la «nación americana» como la comunidad humana ideal, la apoteosis de la historia de los pueblos del mundo.

Habiendo comparado la teoría abstracta de la «excepcionalidad étnica de los anglosajones» con la práctica histórica, vemos que la influencia real de Inglaterra como la vanguardia del mundo romano-germánico en Europa en términos más generales, y en todo el mundo y en la historia del mundo es, de hecho, masiva. En la segunda mitad del siglo XX, cuando los EE.UU. se convirtieron de facto en un sinónimo de los «pueblos occidentales» y en un símbolo del razonamiento escatológico del nacionalismo anglosajón, es difícil dudar de la presencia de dicha influencia en el Destino Manifiesto. Si, por ejemplo, el nacionalismo masónico-católico de un francés, a pesar de sus mitos elevados de la «última clase» fue sólo relativo y regional, la concepción anglosajona del fundamentalismo protestante se confirma no sólo por los éxitos sorprendentes de la «señora de los mares», sino también por la existencia del gigantesco hiper-poder contemporáneo que sigue siendo el único de su tipo en el mundo hoy en día.

Pasemos ahora a la «etnia de Oriente», a los euroasianistas. Aquí también se debe prestar atención, en primer lugar, a los pueblos que han demostrado su importancia histórica. Naturalmente, no puede haber ninguna duda de que la única comunidad étnica que fue capaz de hacer valer su escatología nacional a gran escala a la altura de la historia fue el pueblo ruso. Esto no siempre fue así, y en algunos períodos de la historia de Oriente, los rusos eran poco más que uno de muchos pueblos, junto a otros, que expandió o estrechó con mayor o menor éxito los límites de su presencia cultural, política y geográfica.

A pesar de ser las más antiguas y superiores civilizaciones tradicionales, y a pesar de su escala e importancia espiritual, China e India nunca han planteado sus propios conceptos escatológicos de nacionalismo, no han identificado su historia étnica con la historia de la humanidad, y por lo tanto no han prestado tal dramático elemento a las relaciones o conflictos internacionales. Además, ni las tradiciones chinas ni las hindúes se caracterizaron por su «mesianismo» o por reivindicaciones de la universalidad de sus paradigmas religiosos y étnicos. Este es el estático, «permanente», relativamente «conservador» Oriente, incapaz de y no dispuesto a aceptar el desafío de Occidente. Teorías nacionales en las que se esperase que los chinos o los indios dominaran el mundo nunca existieron en China e India. Sólo entre los iraníes y los árabes existían tales teorías nacionales, raciales, de orientación escatológica. La historia de los siglos anteriores ha demostrado que la escala real de esta teleología étnica – que fue claramente expresada por el componente religioso islámico – es demasiado insuficiente para considerarla un serio aspirante a contraparte de los «pueblos de Occidente». La función de la vanguardia de «la etnia de Oriente» ha sido asignada de forma única a los rusos, que fueron capaces de desarrollar un ideal universal, mesiánico, a una escala comparable al ideal anglosajón, y de ponerlo en práctica en la realidad histórica en general. La idea escatológica del Reino ortodoxo – «Moscú como la tercera Roma» – fue posteriormente transferido a la secularizada Rusia peterburguesa, y, finalmente, a la URSS. La Ortodoxia vino de Bizancio a través de la Santa Rus a la capital de la Tercera Roma. Esto es análogo a la forma en que los anglosajones procedieron del concepto étnico de las «tribus de Israel» al melting-pot [o crisol, n.T] estadounidense como un «paraíso artificial escatológico liberal». El mesianismo ruso, originalmente basado en el concepto de «etnia abierta» se convirtió en la fórmula del «patriotismo soviético» en el siglo XX, que reunió a los pueblos, etnias y culturas de Eurasia bajo un proyecto cultural y ético masivo y universal.

Otra confirmación de esta doble teleología étnica es el hecho de que los protestantes estadounidenses equiparan unánimemente a Rusia con la «tierra de Gog», es decir, el espacio desde el cual vendrá el Anticristo. La doctrina del «dispensacionalismo» afirma inequívocamente que la batalla final de la historia se desarrollará entre los cristianos del Imperio del Bien (los EE.UU.) y los habitantes herejes del Imperio Euroasiático del Mal (los rusos y los pueblos de Oriente unidos en torno a ellos). Esta equiparación de Rusia con la «tierra de Gog» se extendió especialmente en los círculos protestantes estadounidenses en la mitad del siglo pasado. Puntos de vista similares también son característicos de muchas denominaciones protestantes en Inglaterra y entre los jesuitas católicos. Las primeras bases del concepto del «dispensacionalismo» fueron formuladas por el cura católico español judaizante (jesuita), Emmanuel de La Concha, que escribió bajo el seudónimo de «Rabino Ben Ezra.» El predicador escocés de la secta pentecostal, M. McDonald, tomó prestada esta teoría dispensacionalista, que posteriormente se convirtió en la piedra angular de la doctrina del predicador fundamentalista inglés Derby, que fundó la secta «Hermanos de Plymouth» o los «Hermanos». Toda esta escatología protestante (y a veces católica), muy popular en el Occidente moderno, afirma que los cristianos occidentales y los judíos tienen un destino común en el «fin de los tiempos», mientras que los cristianos ortodoxos y otras naciones no cristianas de Eurasia encarnan el «entorno del Anticristo», que actúa en contra de las fuerzas del «bien» llevando mucho daño a los «justos», pero que, al final, «será derrotado y aplastado en el territorio de Israel, donde encontrará la muerte.» La extensión de la fe en esta teoría y su prevalencia entre la gente común en los EE.UU. está en constante crecimiento. La revolución bolchevique, el establecimiento del estado de Israel y la Guerra Fría encajan perfectamente en esta concepción «profética» de los «dispensacionalistas» y fortalecieron su fe en su corrección.

Consideremos brevemente dos variedades más de teleología étnica y formularemos una conclusión a la que el lector atento lo más probable es que ya haya llegado por sí mismo. Aquello que hemos puesto de manifiesto y que es fácilmente verificable en la historia del dualismo étnico – el «ethnos de Occidente» (cuyo núcleo son los anglosajones) y el «ethnos de Oriente» (cuyo núcleo son los rusos) – ignora dos famosas doctrinas étnicas que, como regla general, vienen primero a la mente cada vez que hablamos de «nacionalismo escatológico». Nos referimos al «racismo» de los nazis alemanes y a las concepciones sionistas de los judíos. ¿Por qué razones hemos dejado estas realidades de lado y hemos priorizado el estudio de los «nacionalismos» americano y ruso-soviético, que no son tan visibles y radicales como el nazismo, que limita con la barbarie, o como el dualismo antropológico acentuado de los judíos? [7].

Responderemos a esta pregunta un poco más tarde, pero ahora recordemos en pocas palabras lo importante de estas dos variantes de la escatología nacional.

El racismo alemán redujo toda la historia a la oposición racial de los arios, o indoeuropeos, y todas las otras naciones y razas consideradas «deficientes». En el corazón de este enfoque está el concepto mitológico de los «antiguos arios», los primeros habitantes cultivados de la tierra y la raza mágica de los reyes y héroes del extremo norte. Esta «raza nórdica» fue notable por todas sus virtudes y todas las innovaciones culturales atribuidas a su autoría. Poco a poco, la raza blanca descendió hacia el sur y se mezcló con la etnia bruta, animal, sensual y salvaje. Así surgieron las formas culturales mixtas y los grupos étnicos contemporáneos. Todo lo que es bueno en la civilización moderna es logro de los blancos. Todo lo que es malo es el producto de la mezcla con las razas de color y su influencia. Los alemanes son la vanguardia de la raza blanca, ya que han mantenido la pureza de la sangre, la cultura, y los valores étnicos. Los judíos son la vanguardia de los pueblos de color, es decir, los principales enemigos de la raza blanca, quienes planean interminables maquinaciones contra ella.

Esta escatología racial exige que los alemanes lideren la raza blanca, comiencen a limpiar su sangre, separen a los pueblos de color de los de no-color, y logren la dominación del mundo con la que reproducir, en una nueva etapa, el dominio original de los reyes arios. El racismo alemán es, por supuesto, una doctrina extravagante, bastante artificial y puramente moderna, a pesar de que se basa en algunos mitos antiguos y enseñanzas religiosas auténticas. En la propia Alemania, el racismo se extendió bajo la influencia de los círculos ocultistas asociados a la Teosofía en diversos grados.

El mesianismo judío, por otra parte, es el arquetipo de todas las demás variantes de escatologías nacionales. El «Viejo Testamento» lo detalla exhaustivamente y se descifra en el Talmud y la Cábala. Los judíos son considerados como el pueblo elegido por excelencia, y los hechos de la etnia judía como el sujeto principal de la historia del mundo. En el extremo opuesto del modelo están los «gentiles», los «goim», las «naciones», los «paganos», «infieles», o las «fuerzas del lado izquierdo» (de acuerdo con el «Zohar»). En la interpretación esotérica de la Cábala, los «goim» no son «gente», sino «los malos espíritus en forma humana», y por lo tanto ni siquiera teóricamente disponen de la posibilidad de salvación o espiritualización. Pero los judíos, a pesar de ser los elegidos, a menudo se apartan del camino recto, se desvían por el camino del mal, y van por los caminos de los «goim» y sus «falsos dioses». Por esto Yaweh castiga a su pueblo y lo envía a la diáspora entre los «goim,» que maltratan a los judíos en todos los sentidos, causándoles dolor y resentimiento. Después de la destrucción del Segundo Templo en el año 70 d.C. por Tito Flavio, los judíos fueron enviados por sus pecados a la «cuarta diáspora», que iba a ser la última. Después de siglos de sufrimiento, esta diáspora termina en «catástrofe», el «Holocausto» y la «Shoah», seguido por el regreso a la tierra prometida, la restauración del estado de Israel y, desde este punto en adelante, los judíos son quienes gobiernan el mundo entero.

Aquí observamos una curiosa correlación entre el racismo alemán y el mesianismo judío, a pesar de que los símbolos examinados son polos opuestos. Los racistas alemanes vieron a los judíos como el punto focal del «mal racial», y los propios judíos, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, reconocieron el nazismo como, por el contrario, la forma de realización del «mal gentil». No es casualidad que el concepto religioso e histórico filosófico de la «Shoah», se aplicara a la persecución de los judíos en la Alemania nazi. La propia creación del estado de Israel fue la consecuencia directa de la suerte del régimen de Hitler. A los ojos de la comunidad internacional, los judíos obtuvieron el derecho moral a su propio estado como una especie de compensación para las víctimas del nazismo.

El nazismo alemán y el mesianismo judío son formas muy intensas de escatología étnica que demostraron la realidad de su importancia y su participación en el curso de la historia mundial por su gran y significativa escala. Sin embargo, ni el nazismo de Hitler ni el sionismo encarnaron tal distinción, claridad, o visibilidad histórica como tendencias básicas del proceso histórico como en el caso del americanismo y el sovietismo. La disposición puramente geográfica es curiosa: el racismo estaba muy extendido en Europa y el estado de Israel se encuentra en el Oriente Medio. Es como si se opusieran entre sí verticalmente, mientras que los mundos anglosajón y eurasiático se oponen entre sí horizontalmente. Si el racismo de Hitler apeló al «nordicismo», entonces la judería acentuó la orientación al «sur», o «mediterránea». El eurasianismo está claramente relacionado con el Oriente, y el atlantismo con Occidente.

En esta nota, la escala histórica de la pareja horizontal de los anglosajones y los rusos es mucho más importante y de mayor peso que el caso del par vertical. A pesar de que los nazis fueron capaces de lograr ganancias territoriales importantes, estaban condenados geopolíticamente desde el principio ya que su paradigma etno-escatológico no era lo suficientemente universal e integral, y su historia no formaba un polo espiritual independiente (a diferencia del caso de Rusia). Precisamente el mismo caso, a pesar de la enorme influencia del factor judío en la política mundial, es el de los judíos, que sin embargo están muy lejos de su ideal mesiánico. El estado de Israel es todavía insignificante o meramente instrumental en el contexto de la geopolítica más grande, en la que sólo poseen un sentido genuinamente importante los bloques comparables a la OTAN o el antiguo Pacto de Varsovia.

El racismo alemán (aunque históricamente eliminado) y el mesianismo judío (que, por el contrario, se fortaleció después de la segunda mitad del siglo XX), no deben ser ignorados. Pero su importancia no debe ser sobrestimada, ya que tenemos una realidad mucho más significativa en la forma de los EE.UU. y Rusia.

En este sentido, es más constructivo llevar a cabo la siguiente operación: debemos romper el par del racismo hitleriano y el sionismo en dos componentes. Al igual que en los términos de la economía política el fascismo era algo así como un compromiso entre el capitalismo y el socialismo, y al igual que como en términos geopolíticos los países del Eje eran algo intermedio entre el claro atlantismo de Occidente y el claro eurasianismo de Oriente, en los términos de la escatología étnica la confrontación entre el nazismo y el sionismo es poco más que un velo que cubre el significativamente más grave enfrentamiento entre los anglosajones (y su Destino Manifiesto) y los rusos. Esto significa que tanto el nazismo como el sionismo pueden entenderse como una combinación de factores internos heterogéneos que gravitan en uno de los dos polos étnicos más fundamentales. La primera aproximación de esta idea fue desarrollada por el eurasianista Bromberg, y su otra versión pertenece al famoso escritor Arthur Koestler.

El mesianismo judío se puede dividir en dos componentes. Uno de ellos es en solidaridad con el mesianismo anglosajón. Este es el «componente occidental» en la comunidad judía. Las comunidades judías holandesas originalmente asociadas a la promoción del fundamentalismo protestante son representantes de este tipo. Puede ser llamado el «atlantismo judío» o los «judíos de derecha.» Este sector identifica las expectativas escatológicas de los judíos con la victoria de la nación anglosajona, los EE.UU., el liberalismo y el capitalismo.

El segundo componente es el «eurasianismo judío», que Bromberg denomina la «orientalidad judía» [8]. En un nivel básico, este sector de la comunidad judía de Europa del Este se solidariza con el mesianismo ruso y en especial con su versión comunista. Esto explica en parte la participación a gran escala de judíos en la Revolución de Octubre y su papel de vanguardia en el movimiento comunista, que actuó como una cubierta para la realización de la idea mesiánica rusa planetaria. En términos generales, fue este «judaísmo de izquierda» el que representaba una realidad estable y a gran escala que los nazis identificaron con el «comunismo» y el «judaísmo» en su propaganda, tipológicamente asociado con el complejo euroasiático y solidario con el ideal escatológico ruso-soviético. Los «eurasianistas judíos» a menudo recurrieron a la formación histórica de la asombrosa «Khazar Khaganate» en el que la religión judía se combinó con una poderosa jerarquía militar imperial basada en el elemento étnico turco-ario. Además de la valoración muy negativa de los «jázaros» (que expuso Lev Gumilev), existen otras versiones «revisionistas» con respecto a la historia de esta forma que, en su estilo continentalista y su brusca desviación del particularismo étnico del judaísmo tradicional, contrasta fuertemente con otras formas de organización social judaica, sobre todo occidentales. Así, A. Koestler adelantó la curiosa teoría de que los judíos de Europa del Este son, de hecho, los descendientes de los antiguos jázaros, y su alteridad en relación con la judería de Occidente pesa más que su diferencia racial. Aquí lo importante no es cuán «científica» es tal idea, sino más bien que este concepto refleja mitológicamente el profundo dualismo entre la comunidad judía.

Ahora vamos con el racismo alemán. Aquí la situación no es tan clara, y romper este fenómeno en dos componentes no es tan fácil. En primer lugar, esto se debe a que la rusofilia y la línea pro-soviética en el nazismo y, en términos más generales, en el movimiento nacionalista alemán, casi siempre tenían una orientación anti-racista. Esta positiva Ostorientirung era característica de muchos representantes de la revolución conservadora alemana (Arthur Mueller van den Bruck, Friedrich Georg Jünger, Oswald Spengler, y especialmente Ernst Niekisch), y vincula a Prusia con los ideales de la condición del Estado, en lugar de con motivos raciales. Sin embargo, ciertas variedades de racismo pueden estar relacionadas con el eurasianismo. Tal «racismo eurasianista», sin lugar a dudas, era una posición minoritaria, marginal, y no era indicativa [del fenómeno como totalidad]. Un representante típico de esto fue el profesor Herman Wirth que creía que el elemento «ario», «nórdico», se puede encontrar en la mayoría de las naciones de la tierra, con exclusión de los asiáticos y los africanos. Por otra parte, en este sentido, los alemanes no representan ningún tipo de excepción social, sino que en cambio son un pueblo mixto en el que se cuentan tanto elementos «arios» como «no arios». Tal enfoque negó cualquier alusión al «patrioterismo» o la «xenofobia», y por esta razón Wirth y sus asociados se convirtieron rápidamente en oposición al régimen de Hitler. Además, algunos representantes de esta tendencia creían que los hindúes, los eslavos, los persas, los tayikos, los afganos, los paquistaníes, etc., son los «arios» de Asia y están más cerca de la tradición nórdica que los europeos o los anglosajones. En consecuencia, este racismo adquiere muy distintas características «orientales».

Pero la otra línea «occidental» seguía siendo la versión más generalizada de racismo, la cual insiste en la superioridad de la raza blanca (en el sentido literal), y especialmente de los alemanes por encima de todos los demás pueblos. Los éxitos tecnológicos de los blancos y las ventajas de su civilización fueron glorificadas en todos los sentidos. Otros pueblos fueron demonizados y exhibidos mediante la caricatura del «undermensch». En la versión más radical, como «arios» sólo eran reconocidos los alemanes, mientras que los eslavos o los franceses fueron tratados como personas de segunda categoría. En este punto, esto ya no era racismo, sino la última forma de chauvinismo étnico alemán. Tal racismo ordinario, de hecho, era característico de Hitler personalmente y era totalmente solidario en espíritu con la escatología étnica de los anglosajones, aunque presenta una versión contrapuesta fundada en la especificidad de la psicología alemana y la historia de Alemania. Es revelador que ambas variedades de esta escatología étnica se basaban en dos ramas de la una vez unificada tribu germánica (los anglosajones eran originalmente tribus germánicas) y en dos variedades de protestantismo (el luteranismo alemán y el anglicanismo de Inglaterra y Estados Unidos). Sin embargo, el racismo alemán fue impregnado de manera significativa con elementos paganos y apelaciones a la mitología pre-cristiana, el barbarismo, y la jerarquía. En contraste con el «racismo» anglosajón, el racismo alemán era más arcaico, extravagante y salvaje, y este contraste estético en el estilo ocultó debajo de sí una orientación histórica y geopolítica común. La anglofilia de Hitler es un hecho ampliamente conocido.

Por lo tanto, el par del nazismo y el sionismo resulta ser demasiado insuficiente en escala para ser considerado un eje del drama escatológico en su dimensión étnica. Si se trata de un «eje», entonces es sólo uno secundario, auxiliar, uno adicional. Esto ayuda a explicar muchas cosas, pero no descubre la esencia del problema. En esta perspectiva, es posible considerar la «orientalidad judía» como una de las variedades específicas del «eurasianismo» (o el «ethnos de Oriente») en términos generales aceptable a la formulación universal del ideal mesiánico ruso-soviético. De ello se desprende que este complejo «eurasianista» incluye algunas formas (minoritarias) del racismo «oriental» de los partidarios del sistema de valores «ario».

En el extremo opuesto, la «occidentalidad judía» se ajusta exclusivamente al proyecto etno-escatológico anglosajón sobre el cual se basa actualmente la profunda alianza del lobby mundialista de Israel y los EE.UU.. Las «10 tribus perdidas», ante los anglosajones (y especialmente los estadounidenses), se combina con las otras dos ramas de acuerdo con esta expectativa escatológica. La versión «occidental» del racismo se adjunta a esta señalización de la supremacía de la «civilización blanca» – el mercado, el progreso tecnológico, el liberalismo, los derechos humanos – sobre los arcaicos pueblos «bárbaros» y «subdesarrollados» del Este y del Tercer Mundo.

Ahora podemos discernir claramente la misma trayectoria histórica que ya quedó clara para nosotros desde el apartado anterior, pero en un nuevo nivel etno-escatológico.

La historia es una rivalidad y la batalla entre las dos «macro-etnias» orientadas a la universalización de sus ideales espirituales y étnicos hasta el momento culminante de la historia. Estas son el «ethnos de Occidente» (el mundo romano-germánico) y el «ethnos de Oriente» (el mundo eurasiático). Estas dos formaciones llegan poco a poco a la expresión a gran escala, purificada, refinada, de sus «destinos manifiestos». El destino manifiesto del «ethnos de Occidente» se materializa en el concepto de las «10 tribus perdidas» de los fundamentalistas protestantes, que se encuentra en el corazón de la dominación planetaria inglesa y más tarde constituye el fundamento de la civilización norteamericana que, de hecho, está cerca de realizar su control exclusivo sobre el mundo. La «verdad rusa» ascendió de la nación-estado al nivel del imperio, y se encarnó en el bloque soviético, que recuperó la mitad del mundo alrededor de sí mismo. Este duelo formó el corazón de la historia étnica (o más precisamente, macro-étnica) del siglo XX. El fascismo europeo se convirtió en un obstáculo importante en el camino de la designación clara de los roles y las funciones (¡una vez más!), transformando el problema de una clara dualidad a un complejo confuso y secundario de contradicciones que minó la lógica natural de la gran guerra étnica y condujo a la conclusión de alianzas de oposición que desplazaron el centro de gravedad a una formulación incorrecta de la cuestión. Tras afirmar lo que era en muchos aspectos la antípoda artificial e insuficiente de los «alemanes arios-judíos» en el centro de la escatología étnica, en lugar de la dualidad real entre el lado «romano-germánico» y más tarde anglosajón y luego «norteamericano» por un lado, y el lado «euroasiático», ruso-soviético, por el otro, los nazis desviaron el rumbo natural de los acontecimientos de su curso, desviaron la atención hacia un objetivo falso, y afirmaron contradicciones que no eran histórica o escatológicamente significativas o centrales. Una vez más, el lado de «Eurasia» fue el que sufrió.

El ideal anglosajón y la «etnia de Occidente» infligieron una aplastante derrota a la «etnia de Oriente». El universalismo «soviético» cedió antes que el anglosajón.

Por lo tanto, vamos a completar nuestra fórmula vinculando los modelos político-económicos y geopolíticos de la historia a otro nivel:

Trabajo = Tierra (Oriente) = ethnos ruso (soviético, euroasiático). Capital = Mar (Occidente) = ethnos romano-germánico (anglosajón, norteamericano).

Un duelo entre estos dos polos multidimensionales ha tenido lugar durante siglos y épocas, alcanzando su punto culminante en el inicio del tercer milenio d.C..

Hay que prestar atención al hecho de que el fascismo europeo, en casi todos los niveles, cumplió una función análoga. En el plano económico, reivindicó eliminar las contradicciones entre Trabajo y
Capital, pero indirectamente contribuyó a la victoria del Capital. En el plano geopolítico, negó la realidad fundamental de la confrontación entre la Tierra y el Mar, en lugar de reclamar un significado geopolítico independiente, pero no hizo frente a esta tarea y de repente desapareció, ayudando una vez más a la victoria final del Mar sobre la Tierra. Y, por último, al nivel de la escatología étnica, el racismo de los nazis desvió la atención de la gran confrontación entre los anglosajones y los rusos hacia la falsa alternativa entre «arios» y «judíos», con los grandes rusos cayendo (sin ningún tipo de justificación ) en la categoría de «subhumanos de color». Al final, volvieron a estar en manos de los anglosajones. De hecho, en este último caso a nivel étnico, se debe reconocer que el segundo polo de esta dualidad étnica (los judíos) también resultó estar del lado del «ethnos de Occidente», y la «orientalidad judía» fue significativamente debilitada quedando casi en nada. Por otra parte, este descenso coincide con el momento de la creación del estado de Israel, por el que los judíos de Europa del Este, de orientación predominantemente socialista (los «eurasianistas judíos») habían luchado en un principio. Por lo tanto, Stalin se apresuró a reconocer la legitimidad de este estado, pero casi inmediatamente después de su creación se orientó hacia Occidente y se convirtió en un defensor leal de las políticas anglosajonas, sobre todo las de los EE.UU., en el Oriente Medio.

El choque de religiones

El nivel final a gran escala de la reducción de la historia a una simple fórmula debe buscarse en la historia de las religiones y los problemas inter-confesionales. Puesto que la trayectoria general del proceso histórico que hemos descrito desde el punto de vista del paradigma económico al principio, resultó ser aplicable a los otros niveles de desagregación, también podemos buscar de forma segura su analogía en el ámbito religioso.

Uno de los polos – el del «Capital-Occidente-Mar-anglosajones» – fue construido, como hemos visto, en el Imperio Romano de Occidente, fuente y punto de partida de todas las tendencias que cristalizaron gradualmente en este polo. En un sentido religioso, el Imperio Romano de Occidente estaba vinculado con el Vaticano y la versión católica del cristianismo. En consecuencia, es totalmente lógico referirse al catolicismo como la matriz religiosa de este polo.

El polo opuesto «eurasiático» está conectado directamente con el «bizantinismo» y la ortodoxia, ya que los rusos son un pueblo ortodoxo, los autores de la primera revolución socialista, así como los que ocupan la tierra del heartland continental, el cual, de acuerdo con Mackinder, es el eje de todas las fuerzas terrestres. En la misma medida en que lo contemporáneo occidental liberal fue secularizado, generalizado, modernizado, y universalizado como resultado del catolicismo, también el modelo soviético representa un avance, aunque secularizado, generalizado y modernizado en cierta medida, del Imperio ortodoxo. En cuanto a la naturaleza secundaria del resto de las religiones del mundo en el contexto del drama escatológico, es posible llevar a cabo las mismas consideraciones que hemos aplicado cuando hablamos de la escatología étnica. Las tradiciones orientales no se inclinan demasiado hacia la escatología y no acentúan el tema del «fin de los tiempos» o la «batalla final» en el centro de sus sistemas. No es que no conozcan esta realidad, sino que más bien no están de acuerdo en un lugar central de la misma comparable al escatologismo distinto y prioritario del cristianismo (o del judaísmo). Esta consideración explica la ausencia de formas escatológicas de nacionalismo (del que hemos hablado anteriormente) en Oriente, ya que su visión del mundo étnica y religiosa está estrechamente relacionada y se definen mutuamente la una a la otra.

Este esquema es bastante intuitivo y se superpone perfectamente sobre los modelos anteriores. El único punto que requiere una mayor clarificación es la cuestión del protestantismo.

La Reforma fue un punto crucial en la historia de Occidente. No fue simplemente un fenómeno a múltiples niveles, sino que también involucró a dos orientaciones estrictamente opuestas que finalmente dieron lugar a formas polarizadas. No podemos entrar en discusiones teológicas aquí, pero podemos remitir al lector a nuestra monografía detallada sobre este tema [9]. Sólo describiremos este esquema.

El catolicismo es un fragmento de la ortodoxia. Después de todo, en un punto antes del cisma de Occidente era ortodoxo en la misma medida que el de Oriente, hasta que este fragmento se distorsiona y reivindica la prioridad y la integridad. El catolicismo es anti-bizantinismo, mientras que el bizantinismo es el cristianismo pleno y auténtico, que incluye no sólo la simple pureza dogmática, sino también la fidelidad a la doctrina político-social y del Estado de la cristiandad. Aproximadamente, es posible decir que la concepción ortodoxa de la sinfonía de poderes (vulgarmente llamada «cesaropapismo») implica una comprensión del significado escatológico no sólo de la Iglesia cristiana, sino también del Estado cristiano y del Imperio Cristiano. De aquí la función teleológica y soteriológica del Emperador sobre la base de la segunda Epístola de San Pablo Apóstol a los Tesalonicenses, donde se trata el «mantenimiento» y el «Katehon». «El mantenedor» equivale para los exegetas ortodoxos (especialmente San Juan Crisóstomo) al emperador ortodoxo y al imperio ortodoxo.

La apostasía de la Iglesia occidental se basaba en el rechazo de la sinfonía de poder y al mismo tiempo el rechazo de la doctrina sociopolítica y escatológica de la ortodoxia. Es escatológica porque vincula la ortodoxia y la existencia del estado ortodoxo políticamente independiente, en el que el poder secular (Basileus) y el poder espiritual (Patriarca) están estrictamente definidos, derivados del principio de la sinfonía, en correlación a la presencia del «mantenedor», que impide la «venida del hijo de perdición» (el Anticristo). Como resultado, la desviación de este paradigma sinfónico bizantino significa «apostasía» o la caída. El catolicismo originalmente, es decir, inmediatamente después de su separación de la Iglesia unida, en lugar del modelo sinfónica tomó uno diferente en el que el poder del pueblo romano se extiende a aquellas áreas que en el esquema sinfónico se consideraban estrictamente de la jurisdicción del Basileus. El catolicismo violó la armonía providencial entre los dominios seculares y espirituales y, de acuerdo con las enseñanzas cristianas, cayó en la herejía.

La crisis espiritual del catolicismo se hizo sentir con especial fuerza en el siglo XVI y la Reforma fue la culminación de este proceso. Sin embargo, cabe señalar que, incluso en la Edad Media, existían en Europa tendencias que de una forma u otra tendían hacia la restauración del modelo adecuado en Occidente. La parte gibelina de la dinastía Hohenstaufen fue un brillante ejemplo de «ortodoxia inconsciente» y resistencia cuasi-bizantina a la herejía latina. Incluso entonces, los representantes de la nobleza alemana se situaron en el centro del movimiento anti-papista. Siglos después, fuerzas similares – una vez más príncipes alemanes – apoyaron a Lutero en sus acciones anti-romanas. Es interesante que las reclamaciones de Lutero contra Roma eran muy similares a las que originalmente presentaron los ortodoxos. El culto en la lengua nacional (una característica estrictamente ortodoxa asociada con la comprensión del significado místico de hablar en lenguas incluidas en las distintas modalidades lingüísticas de las iglesias locales), el rechazo de los dictados administrativos de la curia romana, el significado del «Katehon», y el rechazo del celibato para los «sacerdotes» – todas estas tesis normalmente luteranas pueden ser llamadas bastante «ortodoxas». Los otros puntos – rechazar la veneración de los iconos, los rituales litúrgicos, la libertad de interpretaciones individuales de la escritura – estos rasgos no pueden ser llamados ortodoxos ya que eran aspectos negativos del anti-papismo que se basaban más en la intuición espiritual y la protesta en lugar de en las verdades consagradas por la Tradición.

Como rechazo de Roma por el bien del cristianismo puro, la Reforma fue totalmente justificada. Pero lo que se propuso, ¿lo estaba a su vez? He aquí lo que es más importante. En lugar de apelar a la doctrina plenamente ortodoxa, los protestantes atravesaron por intuiciones dudosas e interpretaciones personales. Esto dio lugar a una galaxia de visionarios y místicos brillantes al nivel de las más altas manifestaciones (Böhme, Gichtel, etc.). Pero incluso en este caso no se produjo ningún acercamiento a las alturas de la metafísica ortodoxa. En el peor de los casos, esto dio lugar al calvinismo y a un número de sectas protestantes extremas en las que no queda nada del cristianismo, aparte del nombre.

Existe una dualidad entre Lutero y Calvino, entre el protestantismo ruso (y francés y hugonote) y el protestantismo suizo, y las versiones posteriores holandesas e inglesas. El luteranismo rechazó la hipocresía y la «nomocracia» del catolicismo, es decir, el componente judeocristiano del papismo. El calvinismo, por el contrario, llegó al típico historicismo del Antiguo Testamento y negó la divinidad de Cristo, que se convirtió en un «héroe cultural o moral». El calvinismo desarrolló las tendencias más no-ortodoxas presentes anteriormente en el catolicismo en el momento en el que la crítica de Lutero fue dirigida contra ellos.

Por lo tanto, hubo dos tendencias opuestas presentes en la Reforma. Una de ellas fue condicionalmente anticatólica desde el ángulo ortodoxo (el luteranismo). La otra fue anticatólica desde un ángulo anti-ortodoxo. El catolicismo, especialmente abundante y metabolizado en los países latinos, terminó siendo entre dos versiones del protestantismo cuyos portadores principales eran los pueblos germanos. Los alemanes más orientales – los prusianos que eran originalmente eslavos y bálticos y luego se fueron germanizando – adoptaron el luteranismo, mientras que los alemanes extremadamente occidentales (los anglosajones) tomaron el calvinismo y las tendencias judeocristianas en sus conclusiones.

Desde esta perspectiva, una versión del protestantismo (el calvinismo y el fundamentalismo protestante) se convirtió en la vanguardia del polo occidental-marítimo-capitalista, mientras que la otra, por el contrario, actúa como una especie de cristianismo occidental cercano la ortodoxia (pero, no obstante, aún lejos de la ortodoxia). Max Weber mostró maravillosamente y con gran detalle la relación entre el protestantismo y el capitalismo en su libro La ética protestante del capitalismo [10]. La diferencia entre el calvinismo y el luteranismo se explica también ahí. Como ejemplo ilustrativo: en Inglaterra, el protestantismo condujo a las reformas capitalistas, pero en Prusia, el protestantismo fortaleció el orden feudal. Por lo tanto, concluye Weber, estamos tratando con tendencias profundamente diferentes. El pupilo de Weber, Werner Sombart, va más allá en un análisis similar [11], en el que interpreta como fuente del capitalismo no sólo al protestantismo, sino a la básica doctrina escolástica del catolicismo. Consideraciones interesantes sobre este tema también las hace Oswald Spengler en su obra Prusianismo y socialismo [12].

El paradigma de la confrontación religiosa se define como el que existe entre la ortodoxia y el catolicismo y (más tarde) el fundamentalismo extremo protestante. En esta antítesis, se le da una importancia crítica a la proporción de lo mundano y de lo del otro mundo en la ética religiosa. El ideal ético ortodoxo radica en la afirmación de una proporción inversa del mundo humano y el mundo divino. La base de tal enfoque se presenta en el Evangelio («No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores» [13], «Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios» [14], etc.) y en las tradiciones ortodoxas, incluyendo la ética social de la Iglesia de oriente. La riqueza terrenal se considera que es efímera, insignificante, mientras que la mejora de la vida y del mundo se considera que es secundaria y esencialmente poco importante de cara a la tarea principal para un cristiano, es decir, las tareas de adquisición del Espíritu Santo, la salvación, y la transfiguración. En esta imagen, la pobreza y la modestia representan no tanto una desventaja como, por el contrario, un fondo útil para lo que se consideran las más altas llamadas: la búsqueda espiritual, la penitencia, el monacato, la abstracción de los asuntos mundanos. El sufrimiento terrenal es no sólo un castigo, sino una repetición gloriosa y brillante del camino de Cristo. El otro mundo entra en el mundo, lo realiza, hace al mundo insignificante, transparente y transitorio. De ahí el tradicional (aunque, por supuesto, relativo) menosprecio de estilo de vida que es típico de la cristiandad oriental. No se puede argumentar que este enfoque ortodoxo dé siempre resultados positivos. En la manifestación más alta, es la santidad, la no posesión, y el pico de las obras espirituales y mentales y la contemplación. En su manifestación más baja, es una caricatura de pereza y negligencia.

La Iglesia occidental se caracterizó inicialmente por una mayor preocupación por los problemas mundanos, la intriga política, y la acumulación y distribución de los bienes materiales. El fundamentalismo protestante absolutizó este aspecto, dirigiendo toda la atención exclusivamente hacia el mundo. La ética protestante afirma que la pobreza en sí misma es un vicio mientras que la riqueza es una virtud. El otro mundo se reduce por completo a lo mundano y la recompensa y el castigo del otro mundo se mueven a este mundo. Esto se traduce en un salto sin precedentes en el ámbito de la forma de vida, y reduce al mínimo o rechaza por completo el aspecto contemplativo, puramente espiritual de la religión. En sus formas más extremas, ni el espíritu ni la palabra de la doctrina cristiana permanecen. De ahí los intentos modernos de censurar el «Nuevo Testamento» en aquellos lugares en los que contradice flagrantemente los deseos del espíritu protestante extremo.

Este código opuesto de la ética religiosa se seculariza y produce el socialismo, por un lado, y el liberal-capitalismo por el otro.

En este punto de vista, se definen dos sujetos principales de la historia: la Iglesia Oriental (la ortodoxia) y la Iglesia Occidental, o quizás más bien el mosaico de confesiones occidentales a la vanguardia de las cuales se destaca el «fundamentalismo protestante», que ya hemos tratado. Su dialéctica de oposición revela la trayectoria secreta del contenido religioso de la historia.

Ahora queda considerar otras confesiones religiosas en las que se manifiesta el factor escatológico y que son lo suficientemente grandes en escala para tener derecho al papel principal en el drama final de la historia. Sólo el Islam y el judaísmo pueden pretender reclamar este papel.

El judaísmo representa un paradigma de religión escatológicamente orientada. El cristianismo mismo está estrechamente vinculado con la escatología judaica. La religión judaica da la imagen conceptual más completa de los últimos tiempos y de la participación de los pueblos y las iglesias en ellos. El significado de la escatología judía, en los términos más generales, se reduce a lo siguiente.

Los judíos son no sólo una etnia, sino a la vez una comunidad religiosa. Tal identificación del elemento étnico con el religioso constituye la singularidad del judaísmo. En este sentido, todo lo relacionado con lo que se dijo en la sección anterior relativo a los judíos como nación es plenamente aplicable al judaísmo como religión. El judaísmo es el sujeto de la historia religiosa, su eje. Durante mucho tiempo, la fe judía estuvo en un período de persecución por parte de otras confesiones «gentiles», pero en los últimos tiempos, con la venida del Mesías y la reunión de los judíos en la tierra prometida y la reconstrucción del Templo, el judaísmo ha florecido y está a la cabeza de la tierra. La expresión secular de esta escatología religiosa es el sionismo moderno.

Que los judíos no se disolvieran como nación o religión en el mar de otros pueblos durante largos siglos de diáspora, que mantuvieran su fe en el triunfo futuro, y que, después de haber insistido a través de tantas pruebas, hayan sido capaces de realizar el sueño largamente esperado de volver a crear su estado, todo esto no puede dejar de causar una gran impresión al observador imparcial. Tal cumplimiento literal de las esperanzas y expectativas escatológicas de los judíos muestra claramente que esta tradición está en efecto profundamente ligada al misterio de la historia del mundo y no puede ser desestimada por los escépticos, los positivistas, o los antisemitas. Por otra parte, durante el último siglo la posición del judaísmo como religión se ha vuelto tan fuerte que esta confesión, de ser la periferia privada de sus derechos a los ojos de las naciones cristianas, ha llegado al punto de ganarse el derecho a voto en la discusión y la resolución de las más importantes cuestiones mundiales. Sin embargo, se debe prestar atención al hecho de que la unidad confesional de los judíos no es tan monolítica como podría parecer a primera vista. En una aproximación, existen dos versiones del judaísmo: la espiritual (mística) y la materialista (estilo de vida). La primera visión corresponde a las diversas tendencias de los místicos judíos tradicionales, laCábala, el jasidismo, y algunas tendencias heréticas como el «sabatismo». La segunda versión se refiere a la interpretación talmudista, literal, racionalista, nomocrática y ritualista de la Torá, que determina la vida cotidiana. En este dualismo vemos una analogía directa de la realidad correspondiente en la propia tradición cristiana – el estilo de vida del cristianismo occidental (del catolicismo al fundamentalismo protestante) y la contemplativa, mística, del cristianismo oriental (la ortodoxia). Este tema es tratado con gran detalle por el más grande pensador judío moderno, Gerschom Scholem [15].

El sector espiritualista del judaísmo – y esto probablemente no sorprende a nadie – es principalmente característico de los judíos de Europa del Este, y el jasídico Baal-Shem Tov en sí surgió y se desarrolló en el territorio del Imperio Ruso. Es precisamente desde este entorno espiritualista extremo de donde surgieron la mayoría de los revolucionarios marxistas judíos, bolcheviques social-revolucionarios, etc. La ética eurasianista, «ortodoxa», y el ideal mesiánico de hermandad correspondía precisamente a esta variedad espiritual, mística, de la tradición judaica. En forma secular, esto dio lugar al «social-sionismo».

La rama opuesta de la ortodoxia talmúdica sigue la línea racionalista de Maimónides, tal y como los antiguos saduceos, tiende a minimizar el otro mundo hasta el punto de negar implícitamente la «resurrección de la muerte», y conduce a la ética inmanente del estilo de vida. La clave escatológica del talmudismo se considera que es el futuro triunfo de los judíos como una victoria exclusivamente inmanente, socio-política, el logro de un enorme poder material. En lugar de la transfiguración del mundo en los últimos tiempos o de su «restauración» («Tikkun»), en la que los místicos judíos se centran, los racionalistas identifican la era mesiánica con la reorganización de los elementos existentes de manera que las palancas del poder y el control pasan a la representantes del judaísmo y del restaurado estado de Israel. Tal orientación general inmanente y ética centrada en la resolución de las cuestiones mundanas, materiales y de organización, unen tanto a los rabinos seculares como a algunos sionistas.

En otras palabras, como en el caso de su escatología étnica, el campo religioso del judaísmo se extiende entre dos polos, el oriental (encarnado en la ortodoxia), y el occidental (encarnado en el catolicismo y en el protestantismo extremadamente judeófilo).

La tradición islámica se relaciona con la herencia religiosa semítica, pero sin embargo es incomparablemente menos escatológica que el cristianismo y el judaísmo. A pesar de que existe una doctrina escatológica desarrollada en el Islam, es claramente secundaria ante la lógica masiva de la afirmación de un monoteísmo que es independiente de consideraciones cíclicas. Las versiones más escatológicas del Islam no se extienden entre los árabes puros del norte de África, sino en Irán, Siria, Líbano, y especialmente entre los chiítas. La línea chiíta del Islam es la más cercana de todas a la ética cristiana y a la orientación escatológica. Existen una serie de paralelismos con la tendencia espiritualista en el judaísmo. Las sectas chiítas extremas como los ismailíes, alawitas, etc. en general basan sus tradiciones en el problema escatológico de la espera de la llegada del «Imán Oculto» o «al-Qayyim» («Salvador»), que restaurará la tradición genuina que ha sido estropeada por siglos de compromisos y desviaciones, y devolverá a la humanidad al reino de la justicia y la hermandad. Esta tendencia escatológica en el Islam -tanto en el contexto chiíta como más allá – puede ser completamente considerada como una forma de «eurasianismo» en su comprensión más general. Aunque, naturalmente, opera con diferente terminología dogmática y confesional, resuena con la perspectiva escatológica ortodoxa.

Otra versión no escatológica del Islam encuentra expresión claramente en el wahabismo saudí o en el hanafismo extremo (como el movimiento paquistaní «Tabligi», del cual viene el movimiento Talibán). A pesar de los poderosos mecanismos de movilización fanática, es bastante neutral en términos de conceptualización del papel del Islam en los últimos tiempos, o en la consideración de este problema desde una perspectiva técnica, material. A medida que la población islámica crece de manera constante, la importancia del factor islámico aumenta de forma natural. En el pragmatismo wahabí y otras formas no escatológicas de fundamentalismo islámico, es bastante posible distinguir características tipológicamente similares a las del estilo de vida fundamentalista de los protestantes o de los judíos racionalistas.

En el momento actual, no es posible hablar seriamente de un «factor islámico» como algo unido, solidario, o lo suficientemente grande en escala que ofrezca su propia versión religiosa independiente de los «últimos tiempos». Sólo es posible señalar que el «antijudaísmo», o más bien el «antisionismo» es común para el mundo islámico. En este sentido, la imposición de esta formulación etnoreligiosa en el primer marco sería en detrimento del enfoque acentuado en la confrontación de la ortodoxia y el cristianismo occidental, y nos recuerda la situación que nos encontramos en el análisis de la importancia del racismo alemán. La gravitación de muchos ideólogos islámicos en hacer de «Israel» y los «judíos» una cuestión central de la historia moderna, absolutizando la contradicción islámica y judía, nos lleva una vez más a un punto muerto, y a una situación insoluble que ha traído mucho daño, a la hora de aclarar las funciones e identidades de los principales actores de la historia humana, que se está acercando rápidamente a su punto culminante. Cabe señalar que el Islam está comenzando a ser visto como una especie de «espantapájaros» contra el que las «fuerzas progresistas», o incluso los «países cristianos», deben estar unidos. En otras palabras, el Islam o el famoso «fundamentalismo islámico» están empezando a cumplir con el papel que el fascismo hizo en su día. Hemos visto cómo de ambiguo era el papel del fascismo a todos los niveles del duelo escatológico real. Sería extremadamente peligroso si reprodujeramos una situación similar, sólo que esta vez con el Islam.

La fórmula final

Resumiendo los resultados de nuestro breve análisis, aclaramos que en todos los niveles de los modelos reduccionistas más generalizados de la teleología histórica existe una trayectoria congruente de desarrollo del proceso histórico. Ahora todo lo que queda es poner todos los componentes derivados en una fórmula general.

Por lo tanto, dos sujetos, dos polos, dos realidades últimas actúan a lo largo de la historia. Su confrontación, su lucha, su dialéctica conforma el contenido dinámico de la civilización. Estos sujetos se vuelven más claros y explícitos en el paso desde una existencia vaga, encubierta y «fantasmal», a una forma clara y definitiva, estrictamente fija. Universalizan y absolutizan.

El primer sujeto es:

El Capital = Mar (Occidente) = anglo-sajones (en términos más generales, «romano-germánicos») = confesiones cristianas occidentales.

El segundo sujeto es:

El Trabajo = Tierra (Oriente) = rusos (en términos más generales, «eurasiáticos») = Ortodoxia.

El siglo XX fue el punto culminante de la máxima gravedad en la confrontación entre estas dos fuerzas. Es la batalla final, la Endkampf.

En el momento actual, se puede afirmar que el primer sujeto logró superar al segundo sujeto en casi todos los aspectos. El principal instrumento utilizado constantemente a todos los niveles como una maniobra táctica en esta victoria de Occidente fue la utilización de alguna (tercera) realidad intermedia, un tercer pseudo-sujeto de la historia, que en cada ocasión resultó ser un espejismo incorpóreo diseñado para ocultar la verdadera naturaleza de la confrontación escatológica.

La victoria de Occidente (en su totalidad) puede entenderse de dos maneras. Los optimistas liberales afirman que es definitiva, que «la historia ha concluido con éxito». Los más prudentes dicen que esto es sólo una etapa temporal, y que el gigante caído puede levantarse de nuevo bajo diferentes circunstancias. Por otra parte, el ganador se enfrenta a una situación nueva y totalmente desconocida, una situación en la que ya no hay enemigo, el duelo con el que se compone el contenido de ser el ganador histórico. En consecuencia, el sujeto actual de la historia, siendo dejado solo, debe resolver el problema de la post-historia, la cual le pone un nuevo reto ante sí: ¿va a seguir siendo un sujeto en la post-historia, o se va a transformar en otra cosa?

Pero eso es un tema totalmente diferente.

¿Y qué de los vencidos? Es difícil esperar de los mismos un pensamiento claro y equilibrado. En la mayoría de los casos, no entienden lo que les pasó. El órgano amputado – en este caso, el corazón – sigue doliendo, y el dolor es lo que sucede con el paciente después de la cirugía. Pocos son conscientes de lo que sucedió en el cambio de la década de los 90 y de qué lado se abrió el «paradigma del Fin» delante de la humanidad…

Notas

[4] Véase “The crusade approach against us” en A. Dugin’s Foundation of Geopolitics (Moscú, 2000)

[5] Publicado en ruso en Moscú en 1994 bajo el título «El Burgués»

[6] Véase Carl Schmitt, “The Planetary Tension between East and West and the Confrontation between Land and Sea” en A. Dugin’s Foundation of Geopolitics (Moscú, 2000)

[7] Algo análogo se puede encontrar en la tradición iraní antigua o incluso en el sistema de castas hindú, donde las castas más bajas (especialmente los chandala) no son vistos como seres humanos en el pleno sentido de la palabra. Para una dimensión similar de esta teoría, véase A. Dugin’s Conservative Revolution (Moscú, 2004) (el capítulo “Metaphysics of National Bolshevism») y en el almanaque The End of the World (Moscú, 1997).

[8] Uno de los padres fundadores del sionismo, Theodor Herzl, escribió «La forma oriental del sionismo – las esencias occidental y oriental».

[9] Véase A. Duguin, The Metaphysics of the Gospel (Moscú, 1996)

[10] Weber, Max. Selected Works. Moscú, 1990.

[11] Sombart, Werner. The Bourgeois. Moscú, 1994.

[12] Spengler, Oswald. Preußentum und Sozialismus. Berlín, 1920.

[13] Lucas, 05:32

[14] Marcos, 10:25

[15] Scholem, Gerschom. Ursprung und der Anfange Kabbala. Berlín, 1962.

Fuente: Katehon.

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