«Ein Gespenst geht um in Europa»

EDUARDO ARROYO

por Eduardo Arroyo«Un fantasma recorre Europa»: eso es lo que quiere decir el título del presente artículo. Pero es un fantasma muy diferente al que pretendieron Marx y Engels, en su «Manifiesto Comunista».

Es un fantasma que constata la debacle a la que nos ha conducido el actual régimen de cosas y que pone en evidencia el principio del fin de las ideologías ilustradas. Porque resulta que en la época de «consolidación» de la Unión Europea, que coincide con el incremento del nivel de vida de muchos europeos, resulta que prolifera el «euroescepticismo» y el rechazo de la Unión.

Parece que florecen por todas partes alternativas políticas que los periodistas apesebrados –a veces simples comisarios políticos dignos de lo más rastrero de la STASI- se empeñan en calificar de «antidemocráticas», «xenófobas», carcas, etc, sin analizar en profundidad las razones por las que se dejan seducir millones de europeos.

¿De verdad pretenden hacernos creer que el auge rampante de Marine Le Pen en Francia o la inminente victoria de Nigel Farage en UK se debe a un incremento del fanatismo, el «odio» o la «intolerancia» y no a problemas reales que ciertos ideólogos –atestados de prejuicios y cortos de miras- se niegan a ver?

Hungría, Austria, Holanda, Bélgica, etc, ¿son también todos ellos presa de una enfermedad letal del sistema nervioso, como si de la reciente moda de «Apocalipsis zoombie» se tratara? Por eso los artículos de los sicarios de la ortodoxia, apostados en los más prestigiosos medios de comunicación, suenan tan absurdos e irreales. Porque vivimos un tipo de periodismo en el que cuenta más el servilismo ideológico y/o empresarial que el auténtico sentido crítico.

Todo este «tsunami» de réprobos tiene algunos rasgos comunes. El primero de ellos es que rechazan el cosmopolitismo y el internacionalismo, tanto en su vertiente inmigratoria como en su vertiente supranacional. Por un lado, se resisten a ser «otra cosa» y a ser disueltos en un magma cosmopolita de poblaciones sobrevenidas de las cuatro esquinas del globo. Por otra parte, no quieren que, en nombre de la democracia, la soberanía de las naciones y su capacidad de decisión sea trasladada a organismos burocráticos anónimos a los que nadie controla ni elige más que por extraños vericuetos.

En segundo lugar la vuelta a los valores tradicionales. El triunfo del travesti barbudo, Conchita Wurst, en Eurovisión, ha sido el aldabonazo para recordar a millones de europeos que esta no es ya su cultura. Pese a los cálculos de los burócratas, que sueñan con el paraíso de «libertades» cosmopolitas y amorales, crece el euroescepticismo y la admiración, por ejemplo, por países como Rusia que actúan en aras de la patria y de los valores de siempre.

Pese a la evidencia, nadie parece preguntarse por qué. Prefieren echarle las culpas al fanatismo y pensar en clave de propaganda simplista y estúpida: desde los articulistas de El País hasta El Periódico o ABC, tan ridículamente acríticos, todo queda en el puro bluff intelectual.

Por ejemplo, ¿alguien puede creer que la complementariedad hombre-mujer, fundamento de la familia humana desde tiempos inmemoriales en toda cultura o lugar, debe ser echado sin más a la escombrera de la historia? Porque eso es lo que hace la equiparación con «otros tipos de familia», algunos de los cuales carecen de las características más esenciales que ha tenido la familia humana de siempre.

En tercer lugar, la desconfianza con la economía al uso. Nuestros compatriotas hicieron su futuro trabajando y ahora ven como se les volatiliza entre las manos a cuenta de gentes sin escrúpulos que amasan fortunas astronómicas de la noche a la mañana. Ya no quieren ser «deslocalizados», ni tampoco quieren la «flexibilidad» en los contratos o acabar sus días esclavos de la multinacional de turno.

Todo esto me hace pensar en un momento crepuscular de la historia y me recuerda los textos del gran sociólogo ruso Pitirim Sorokin, teórico de la «cultura sensata» que se descompone ante el empuje del nihilismo, muy relacionados con los textos de ese su otro gran compatriota Alexander Solzhenitsyn.

La perspectiva suprahistórica y metafísica del momento actual no es casi nunca tenida en cuenta pero es la única que puede dar una visión coherente del momento en que vivimos.

Ambos, para desgracia de los «anticomunistas» liberales, fueron mucho más allá de una crítica a las consecuencias más letales del marxismo, sino al tuétano intelectual que permitió que se construyera el imperio bolchevique y al que no es ajeno el turbocapitalismo actual que tanto les gusta.

De ahí que muchas de sus páginas hubieran sido del mayor de los desagrados para todos aquellos que creen que el capitalismo demoliberal es la solución de los problemas del momento.

Por todo ello, la situación es demasiado grave. A mediados de los años 30, en su Social and Cultural Dynamics (1937), Sorokin se percató de que la sucesión de crisis en todos los campos tenía la singularidad de que en ninguno de los citados campos se veía el fin de la crisis. Y eso que no vivió entre nosotros. Por eso, hoy, en este contexto, surjen respuestas sociales de la más diversa índole.

Pero que todos los críticos sean automáticamente ubicados en las tenebrosas tierras del fanatismo es la mayor estupidez de los tiempos modernos. Quizás por ello seamos también la primera civilización de la historia que pueda perecer de frivolidad.

Fuente: ESD

2 comentarios

  1. Un gran artículo, toca todos los temas fundamentales de la deconstrucción social europea… Por supuesto todos los mamporreros del régimen jamás se darán por aludidos.

  2. A mí no me la cuelas, Eduardo. Esa ultraderecha que tienes tanto interés en retratar como contestataria no cuestiona lo de Conchita Wurst, y de hecho viene defendiendo ese tipo de depravaciones como argumento identitario contra el islam. De hecho, consta la felicitación personal del austriaco H. C. Strache a Conchita Wurst. De Wilders no he oído nada, pero es de suponer que a la loca holandesa con el pelo teñido tampoco le parezca mal el asunto.

Deja un comentario