Otro mundo es inevitable (II)

PICO PETROLEO

por Emilio Santiago III. El pico del petróleo.

Resulta obvio constatar que en un planeta finito ninguna sociedad puede crecer hasta el infinito como está inscrito, como un destino, en el código genético capitalista. Y que por tanto, más tarde o más temprano, el capitalismo está llamado a chocar con unos límites externos (agotamiento de recursos) que frenarán y harán imposible su funcionamiento normal.

La idea que pretendo defender aquí es que esta colisión no es una posibilidad teórica, sino que es un hecho que ya ha comenzado y que se desplegará, de forma paulatina, a lo largo del primer tercio del siglo XXI. Que nadie imagine un colapso apocalíptico y cinematográfico: salvo momentos puntuales de shocks, el desplome será lento, como una enfermedad degenerativa.

Pero que tampoco nadie dude que el mundo del futuro será completamente distinto al que habíamos imaginado: un mundo de gran escasez material y pobreza energética, donde la vida cotidiana se volverá, a la fuerza, mucho más sencilla. Y el sistema se parecerá poco al capitalismo que hemos conocido. La razón es que desde mediados de la década del 2000, que sobrepasamos el pico mundial de petróleo, hemos entrado en la era del fin del crecimiento económico.

La sociedad industrial moderna es un gigante con pies de barro, pero ese barro es petróleo. De un modo que cuesta imaginar nuestra forma de vida, al menos desde la II Guerra Mundial, es absolutamente dependiente de un flujo constante y barato de petróleo. Los combustibles fósiles son el 80% de la energía primaria que empleamos y el petróleo el 96% del transporte del mundo. Este dato revela su verdadero peso si comprendemos que habitamos un planeta productivamente deslocalizado: las materias primas y las personas no paran de moverse de un lado a otro del mundo en un frenesí desquiciado. Así, por ejemplo, y en algo tan cotidiano y tonto como desayunar, puedo comer dos manzanas chilenas masticándolas con una funda dental fabricada en China en base a una aleación de cobalto extraído del Congo.

Al mismo tiempo, nuestra sociedad ha asumido patrones de asentamiento gigantescos, las megalópolis, que se vuelven inmanejables sin un coche privado (no digo invivibles, porque su vileza es evidente con o sin automóvil). Esto se ha vuelto más grave a partir de la explosión de esos engendros urbanísticos que combinan lo peor de un pueblo y lo peor de una ciudad que son las urbanizaciones, que se extienden como un cáncer por EEUU pero también en Europa y los países emergentes. Sobra decir que el petróleo es la materia prima de la petroquímica y por tanto de más de 3000 productos cotidianos fundamentales, desde medicinas a piezas informáticas.

Y dos cuestiones de suma importancia. La primera es que en las sociedades industriales, 9 de cada 10 calorías que comemos son petróleo (maquinaria agrícola, pesticidas, fertilizantes, transporte a las ciudades) por lo que una disrupción de petróleo significa hambre. La segunda que no pude darse crecimiento económico sin un aumento del consumo de energía: la famosa desmaterialización de la economía de servicios es un espejismo.

Por tanto, cuando sube el precio del petróleo sube el precio de todo, especialmente los alimentos, y la economía mundial entra en recesión. Donde está el nudo gordiano de este problema es que el petróleo ha sobrepasado ya su punto máximo de producción de toda la historia (pico del petróleo) y nunca jamás volverá a ser barato.

Este hecho trascendental para nuestras vidas, si pilla a alguno desprevenido, es sólo una prueba de lo irracional que puede ser el capitalismo en la construcción de opinión pública: el informe del MIT al Club de Roma, que no era precisamente una secta de anarquistas enemigos del mundo industrial, sino la élite del pensamiento burgués de su época, ya nos alertó de ello hace más de 40 años. Al final, el futuro llega, y los desastres que pensábamos ilusamente dejar a nuestros nietos en herencia nos van a estallar en las manos.

En la década del 2000 hubo una intensa polémica entre geólogos pesimistas y optimistas por fechar el pico del petróleo. A grandes rasgos el debate enfrentaba a la geología institucional, la Asociación Internacional de la Energía (AIE) con la ASPO, una red de científicos que empleaba la metodología de cálculo de reservas de King Hubbert, un geólogo de la Shell que predijo con acierto el pico el petróleo de EEUU casi 20 años antes de que ocurriera (desde 1970 EEUU está produciendo cada año menos petróleo). Mientras que la AIE afirmaba que nunca habría un pico antes del 2030 y que quizá no tuviera forma de pico sino de una meseta, la ASPO pronosticaba problemas de suministros a partir de la primera década del siglo XXI.

Finalmente, los pesimistas acertaron y la AIE se vio obligada a reconocer a finales del 2010, y a regañadientes, que el pico del petróleo mundial había sido en el 2006.

Esto es, en el 2006 se ha llegado al techo máximo de producción de la materia prima fundamental en la que se basa toda la economía moderna. Desde entonces la producción petrolífera sólo puede declinar. No es casualidad que un año más tarde (2007) los malabares financieros a los que se había entregado el capitalismo neoliberal se derrumbasen en la profunda crisis que hoy sigue teniendo a la economía global contra las cuerdas.

Ni tampoco, que desde varias décadas atrás los grandes poderes militares del mundo estén empleando la guerra colonial como un método para asegurarse el acceso a unas fuentes de energía cada vez más escasas (Irak es el ejemplo más evidente, pero podríamos hablar de muchos otros casos: desde las guerras del Cáucaso a la intervención del imperialismo francés en Malí, cuya causa de fondo es el control de sus minas de uranio).

Los pesimistas ganaron la batalla, pero los optimistas no dan la guerra por perdida. En la década del 2010 el debate geológico se ha renovado. Ahora versa sobre las posibilidades de los petróleos no convencionales para ejercer como sustitutos del petróleo convencional.

En esta fase de crisis de vejez el capitalismo sobrevive mediante subterfugios. También mediante subterfugios energéticos, como las promesas de los petróleos no convencionales.

Bajo esta etiqueta se engloba una gran diversidad de combustibles fósiles (petróleo de altas latitudes y aguas profundas, arenas asfálticas, petróleos de pizarra, petróleos de esquisto…), de naturaleza energética muy distinta, que tienen en común el haber sido considerados históricamente como recursos marginales. El alto precio del petróleo ha vuelto a despertar el interés en ellos, a pesar de sus difíciles condiciones de explotación. Ahora que nos aprieta la cartera, lo que se está haciendo, básicamente, es rebuscar las monedas energéticas entre los huecos del sofá.

Los cocientes de energía neta (Tasa de retorno energético) del primer petróleo convencional, ese que ahora mengua irreversiblemente, eran de 100 a 1. Si invertías la energía equivalente a un barril de petróleo obtenías cien. Los de los petróleos no convencionales en ningún caso superan una TRE de 10 a 1, y en mucho de ellos el resultado es bastante más pobre (4-1, 3-1). Pretender que ambos recursos son sustituibles es una falacia amparada en un truco de palabras: aunque ambos se llamen petróleo, cuesta defender que se traten de la misma sustancia.

Cada cierto tiempo, y de forma recurrente, aparece la promesa de un El Dorado energético que va a posibilitar mantener intacto, e incluso expandir, nuestro desenfrenado nivel de consumo.

Hace unos años era el hidrógeno, luego vinieron las arenas asfálticas de Canadá y actualmente la pirotecnia mediática anuncia a bombo y platillo que la “revolución del petróleo de esquisto” (hidrofractura o fracking) va suponer un “terremoto geopolítico” que permitirá a EEUU, y según el último informe de la AIE, no solo autoabastecerse energéticamente en el 2030, sino incluso exportar energía. Más allá del titular espectacular, esta es una afirmación basada en una serie de trucos contables que no resisten el más mínimo análisis serio.

En un artículo futuro me centraré de un modo más concreto en el desmontaje de las expectativas que ha despertado este tipo de explotaciones, pero todos los datos apuntan que el sueño del fracking no es más que la próxima burbuja del capitalismo.

Las cifras de las TRE de las distintas fuentes de energía supuestamente alternativas al petróleo es uno de los elementos que nos llevan a concluir que no hay milagros energéticos basados en nuevas y fabulosas tecnologías esperando a la vuelta de la esquina. Y que por tanto resulta mucho más realista asumir, sencillamente, que la fiesta (cruel, injusta e histriónica) del crecimiento económico se ha terminado. Comprenderlo pasa por entender como muchas fuentes de energía distintas al petróleo funcionan subsidiadas energéticamente por el petróleo.

Si tenemos en cuenta, por ejemplo, la construcción de la central y la minería del uranio, que es altamente consumidora de petróleo, la TRE de la energía nuclear desciende hasta un rango de 8:1. Lo mismo ocurre con las energías renovables, cuya construcción y mantenimiento es dependiente de enormes flotas de vehículos propulsados por motores de combustión interna moviendo materiales y trabajadores de un lugar a otro del mundo.

De los biocombustibles resultan tasas de retorno energético extremadamente pobres, con el añadido de introducir un factor trágico de competición violenta por la tierra con capacidad fotosintética, cuando no directamente una competición entre combustibles y comida (el 40% de la producción nacional de maíz estadunidense está actualmente siendo destinada a la producción de etanol). La escasez de materiales también afecta a las energías renovables, altamente demandantes de recursos como cobre, fibra de acero o tierras raras. Y por supuesto a las otras grandes fuentes de energía mineral, como el carbón, el gas y el uranio, enfrentarán picos y declives irreversibles en el arco temporal de las próximas dos-tres décadas.

Si hubiera interés, se podrían hacer artículos en detalle sobre cada una de las fuentes de energía posibles sustitutas que nos llevarían a concluir, de forma categórica, que el petróleo es insustituible.

El panorama que aquí he descrito, de forma telegráfica, solo está dando cuenta de la incapacidad técnica y material que enfrenta nuestra civilización para cubrir una demanda energética que no es casual: le viene impuesta por su naturaleza expansiva.

Ni siquiera he introducido otros factores igualmente importantes, como los efectos ambientales y sociales catastróficos del uso de determinadas fuentes energéticas. O las implicaciones sociales y culturales de modelos energéticos que son también estructuras de dominación política (centralismo, expertocracia).

También es muy importante no olvidar que el pico del petróleo es la punta del iceberg de un proceso de agotamiento de recursos mucho más amplio, que lleva a algunos autores a hablar del “pico de todo”. El fósforo, imprescindible para el fosfato con el que se fabrican los fertilizantes de los que depende la agricultura industrial, sobrepasó su pico en 1989. La pesca lo hizo a principios de los 80. El cobre hace unos años. Y en el 2015 China, principal productor mundial de tierras raras, dejará de exportar porque acaparará toda su producción para su propio consumo interno.

La primera revolución industrial se basó en la revolución energética del carbón. La segunda revolución industrial lo hizo en la revolución energética del petróleo. La tercera revolución industrial es una quimera llamada a fracasar porque no tiene, ni puede tener, una base energética que la sustente. Su fracaso arrastrará al mundo, durante las próximas dos-tres décadas, en una serie de convulsiones sociales que derribarán gobiernos, modificarán fronteras, alimentarán insurrecciones y transformarán la cultura consumista actual en fórmulas de vida mucho más austeras y sencillas.

Que la iniciativa de esta transición la lleve el capitalismo suicida, un ecofascismo de los recursos o procesos emancipatorios de autoorganización popular es, seguramente, la clave política de nuestro tiempo.

 Fuente: Voces de Pradillo

IV. Dibujando paisajes de futuro.

Toda especulación sobre cómo se darán los acontecimientos del crack civilizatorio está condenada a fracasar. La enorme complejidad del funcionamiento de los sistemas sociales desborda las posibilidades de cualquier inteligencia.

Sin embargo, el pensamiento crítico puede encontrar una de sus mejores aportaciones jugando a ser visionario. Plantearse situaciones hipotéticas, más o menos previsibles, permite pre-configurar escenarios. Y esto último es fundamental si se quiere diseñar una estrategia que pueda llevar a los movimientos anticapitalistas a la victoria.

Cierro esta serie de artículos con un ejercicio imaginativo sobre nuestro futuro a medio plazo que sirva para resumir lo dicho hasta ahora.

En la jerga de la bolsa llaman rebote del gato muerto a las subidas puntuales de un valor destinado a desplomarse. Es una manera simpática de describir que en el capitalismo los comportamientos económicos funcionan como dientes de sierra, con subidas y bajadas.

Pero la importancia está en la tendencia general y no en las coyunturas puntuales. Con el colapso en marcha ocurrirá algo parecido: no viviremos un desplome rápido y súbito, sino paulatino, con sus mareas altas y maras bajas. Y en muchas ocasiones tendremos bocanadas de aire (el cuento del fracking, el tirón de un país emergente con la burbuja especulativa a toda marcha al estar fomentada por unas olimpiadas o cualquier otra alucinación) que harán hablar a nuestros dirigentes de brotes verdes o luz al final del túnel.

El mismo esquema sirve, por ejemplo, para los precios de los recursos energéticos, que condicionarán en parte todo lo demás. Después de su máximo histórico del 2008, el precio del petróleo se derrumbó con la recesión económica mundial. Pero sólo para volver a dispararse a la mínima señal de recuperación y arrojar al mundo a otra depresión cuando aún no se había ni superado la primera.

Esto se repetirá constantemente, porque el crecimiento económico se ha trabado, está en un bloqueo, atrapado en una especie de tartamudez. Y en cada recaída la depresión se llevará por delante todo un sector productivo. El primero fue el inmobiliario. La industria automovilística y la aviación comercial cumplen todos los papeles para ser los siguientes.

La cronificación de la recesión exagerará las tendencias que hoy son visibles. Nuestras sociedades van a partirse literalmente en dos: los que todavía son útiles y la gran mayoría, que no serán rentables.

Si el ahogo de la sociedad del trabajo ya tendía a arrojar cada vez más gente a la exclusión social, el pico del petróleo, que solo puede excitar las perversiones del mecanismo capitalista, va a obligar a ahorrar más trabajo a las empresas para poder ser competitivas. El acceso a un mundo laboral normal será un hecho cada vez más exótico, mientras que la gran mayoría de la población estará obligada a sobrevivir en el subempleo y la precariedad salvaje.

A nivel político, y en el medio plazo, pueden imaginarse dos escenarios antagónicos. En uno vence la inercia. El capitalismo va descomponiéndose sin que nadie de un golpe de timón. Esto nos llevaría a una suerte de fabelización mundial.

El primer mundo y el tercer mundo se desdibujarían y se fusionarían: el resultado, un planeta archipiélagos de opulencia defendidos por ejércitos privados en medio de un océano de penuria sin precedentes, donde la gente sobrevive en base a una economía sumergida casi madmaxiana.

En otro escenario, y en algún momento, se da un golpe sobre la mesa de carácter político.

Entonces el capitalismo neoliberal desregularizado puede mutar en un capitalismo de Estado autoritario, que implanta una economía de guerra para gestionar-pelear los escasos recursos naturales que van quedando.

Ramón Fernández Durán hablaba de un “1989 invertido”, en el que de repente las élites capitalistas se vuelven “comunistas”, en el sentido de defensoras de la nacionalización de los medios de producción y de un sistema económico planificado centralmente.

El ecofascismo, esto es, un sistema totalitario burocrático centrado en la supervivencia ecológica, es una de las perspectivas más siniestras del futuro a medio plazo. Carl Amery ya anunció que Hitler podía haber sido un precursor y no un accidente. El siglo XXI, con el crack civilizatorio, ofrece condiciones mucho más factibles para que emerjan proyectos políticos aberrantes, que nieguen la categoría de humano a amplias capas de población. Lo inquietante es pensar que estos fascismos verdes pueden alimentarse de un discurso tradicionalmente democrático y de izquierdas: el del movimiento ecologista.

Sin embargo, antes de estos procesos, las turbulencias de la crisis provocarán, ya lo están haciendo, giros políticos mucho más inmediatos. Asistiremos a un gran cambio de guardiaen los núcleos de poder de nuestras sociedades. Las antiguas élites se verán obligadas a realizar nuevos pactos con actores emergentes para mantener la gobernanza en un escenario económico y social muy convulso.

A nivel político y jurídico, el cambio de guardia se concretará en un ciclo mundial de procesos constituyentes. Estos pueden canalizarse según los intereses de las élites gobernantes, como sucedió con el proceso de transición democrática en la España de los 70, que básicamente sirvió para apuntalar la continuidad de proyecto socioeconómico del franquismo. O bien desbordarse y abrirse a la experimentación social emancipatoria, como sucedió en este país con el proceso constituyente de los años 30, que desembocó en una revolución social abortada por una guerra civil.

Independientemente del recelo que se sienta hacia las instituciones del Estado, es interesante comprender que, en nuestro caso, el proceso de caída del régimen de 1978 es un proceso en el que se barajan y reparten las cartas políticas. Lo que puede ser también aprovechado desde un punto de vista libertario. Por ejemplo para consolidar alternativas populares auto-organizadas.

Que el colapso sea un hecho histórico que sucede a fuego lento no significa que no puedan sucederse acontecimientos traumáticos, que durante un tiempo corto pongan el orden social en máxima tensión.

Por ejemplo una crisis energética estricta. El 40% del petróleo mundial se mueve a través del estrecho de Ormuz, una vía marítima de 60 km de anchura en la salida del Golfo Pérsico que separa Omán de Irán. Si estallase la guerra contra Irán, la cúpula militar de Teherán no dudaría (ya lo ha anunciado) en minar el estrecho.

En consecuencia, de una semana para otra la economía mundial perdería el 40% de su petróleo. Esto significa, sencillamente, racionamiento de gasolina, desabastecimiento en los supermercados occidentales, cortes de luz, declaraciones de estados de emergencia para controlar los previsibles disturbios.

De un modo parecido la quiebra del sistema del euro, bien con la implosión general de la unión monetaria o bien con la creación de un euro fuerte y uno débil (Europa de las dos velocidades le llaman eufemísticamente) supondrá, en los países mediterráneos, una devaluación salvaje.

Como esta afectará principalmente a los ahorros de la gente, todo el mundo intentará ponerlos a salvo de alguna forma, a lo que los estados responderán implantando corralitos. Chipre fue un ensayo, a pequeña escala, de una operación quirúrgica a la que estamos destinados, más tarde o más temprano, todos los PIGS del sur de Europa.

El encarecimiento irreversible del precio del transporte es previsible que se traduzca en una quiebra de la globalización. El mercado mundial puede romperse en una serie de bloques económicos antagónicos que volverán a retomar políticas proteccionistas. Y como sucede siempre que se cierra una economía sin cuestionar aquello que la lleva a la expansión (la lógica del capital), el proteccionismo tiene que conducir, como ha hecho siempre, a la tensión bélica y quizá a la guerra.

Sería también previsible que nuestro sistema productivo fuera transformándose para adecuarse a la escasez energética en marcha. Esto significaría una relocalización industrial fuerte, un retorno a lo local, un primado del reciclaje y la reutilización, la abolición de la obsolescencia programada, un abandono paulatino del sector servicios y una vuelta al sector primario.

Sin embargo, como la escasez energética estará mediada por las irracionalidades de un capitalismo demencial, que para ser rentable exige un imput de trabajo casi ridículo, los planes económicos de nuestras élites seguirán siendo, durante muchos años, esperpentos y tics de suicidas: por ejemplo destruir ecológica y socialmente una comarca construyendo un gran complejo de casinos, que luego estarán casi vacíos porque de aquí a 20 años la aviación comercial volverá a ser cosa de millonarios.

A medida que las ciudades se hundan en tasas de paro irremontables, y fuertes carestíascotidianas sean comunes, la tentación de una huida al mundo rural dejará de ser un plan de grupos muy ideológicos para convertirse en una solución general.

Como en un espejo invertido, los nietos del éxodo rural protagonizarán un éxodo urbano. Pero el proceso será de todo menos fácil. A los choques culturales entre ciudad y campo, que hoy ya sufren los experimentos neorrurales y también las comunidades tradicionales, se unirá el estrés socioeconómico producido por cuestiones como el acceso a la tierra. Porque frente a lo afirmado por el refrán, el campo tiene puertas, y vallas y Guardia Civil.

En los últimos años estamos asistiendo a un proceso de acaparamiento de tierras por parte de grandes empresas que obligará a retomar, avanzado el siglo XXI, el viejo grito de Zapata. La reforma agraria volverá a ser una cuestión social candente en un futuro próximo.

La agudización de la crisis supondrá un repliegue simultáneo del Estado y del mercado. La merma de ingresos obligará al Estado a reducir, necesariamente, sus partidas presupuestarias.

Y aunque queda margen para pelear políticamente por mantener algunas cuestiones esenciales bajo protección pública, y debemos poner en ello todo el empeño, lo indiscutible es que el Estado del Bienestar que hemos conocido ya es un producto de museo. El mercado se replegará en el sentido de que será cada vez más impotente para ofrecer a la gente una integración en el circuito trabajo-consumo. El resultado de esta retirada conjunta es un hueco que la gente deberá llenar por sí misma. Esto puede darse en el marco de un cierre alrededor de la familia. Puede ser un espacio ocupado por las mafias o por las sectas religiosas. O puede ser un espacio donde logremos articular comunidades para la autogestión cotidiana en base a principios anticapitalistas de solidaridad y de apoyo mutuo.

Lo que está claro es que en los años que viene el nosotros sustituirá al yo del individualismo neoliberal. Está por decidir si ese nosotros será liberador o perverso.

Por último, quizá el factor más importante a tener en cuenta es que estamos a las puertas de una gran frustración social. La educación en las pautas de vida de la sociedad de consumo están tan implantadas que para mucha gente el proceso de perder ciertos hábitos de vida va a suponer un trauma psicológico inasumible. Una sociedad que considera un derecho adquirido comer langostinos en Navidad o irse un fin de semana a Londres a un concierto, una sociedad que protesta porque se reduce 10km/h la velocidad de conducción en las autopistas, es una sociedad muy poco preparada para reaccionar humanamente ante la escasez que nos viene encima.

A casi todos les resultará más fácil poner su voto a favor de cualquier solución de extrema derecha que prometa recuperar la opulencia perdida metiendo a los inmigrantes en centros de trabajo forzados que ponerse a construir, desde la base, una vida cotidiana más comunitaria y más sencilla.

Por eso una de las tareas más inaplazables de los movimientos anticapitalistas es ser capaces de conformar la imagen de una vida buena, que siendo más pobre en términos energéticos y materiales, sea más deseable que lo que teníamos antes del 2007.

La revuelta siempre se contagia por enamoramiento. Ante nosotros y nosotras el reto de enamorarnos, y por tanto ayudar a la gente a enamorarse, de una nueva cultura de vida cuya riqueza (de tiempo libre, de relaciones, de sentido) es interpretada por el capitalismo como pobreza, y por tanto es despreciada.

Un primer paso es convencernos y convencer de que lo verdaderamente despreciable es el capitalismo aún es su máximo esplendor.

Fuente: Voces de Pradillo

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