
por Juan Manuel de Prada – Resulta llamativo amén de irrisorio que una palabra como ‘hispanidad’ haya sido por completo desterrada del lenguaje común, por considerarse erróneamente una acuñación franquista, mientras otras expresiones que lo son efectivamente, como ‘Estado español’, sean empleadas a troche y moche.
‘Hispanidad’, como otras palabras de su misma familia, como ‘humanidad’ o ‘hermandad’, designa a una gran multitud de gentes que se saltan las barreras de la raza o la geografía en un afán de unión. ‘Hispanidad’ significa, en primer lugar, el conjunto de todos los pueblos de cultura y origen hispánicos diseminados por el mundo; y expresa, en segundo lugar, el conjunto de cualidades que distinguen del resto de las naciones del mundo a los pueblos de estirpe y cultura hispánicas. En su Defensa de la hispanidad, Ramiro de Maeztu, al indagar las cualidades constitutivas de la hispanidad, se detiene en lo que llama ‘humanismo español’, que consiste en una «fe profunda en la igualdad esencial de los hombres, en medio de las diferencias de valor de las distintas posiciones que ocupan y de las obras que hacen». Para Maeztu, «lo más característico de los españoles es que afirmamos esa igualdad esencial de los hombres sin negar el valor de su diferencia». «A los ojos del español, todo hombre, sea cualquiera su posición social, su saber, su carácter, su nación o su raza, es siempre un hombre. & #91;… & #93; No hay nación más reacia que la nuestra a admitir la superioridad de unos pueblos sobre otros o de unas clases sociales sobre otras». Esta fe profunda en la igualdad esencial de los hombres la expresó Cervantes mejor que nadie, cuando pone en boca de don Quijote aquella célebre frase: «Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro».
Otro rasgo prototípico de la hispanidad lo resalta el filósofo Manuel García Morente. Escribe que los españoles no fuimos a América para traernos América a España, sino para vivir allá, para fundar allá, para crear allá otras Españas, otras formas de ser español, en fecundo mestizaje. Y es que el español y, por extensión, el ‘hispano’ no siente y casi no comprende las relaciones abstractas. Necesita cuanto antes ‘conocer’ al otro, establecer con el otro una relación que se funde en la singular persona del otro. Por eso en los pueblos hispanos el trato puede más que el contrato, y las obligaciones de amistad pesan mucho más que las obligaciones jurídicas. El español se vincula por lazos de amistad, conoce a los hombres, los trata, convive con ellos; pero no como frías abstracciones del derecho político o del Código Civil, sino como cálidas realidades de amor y de dolor. Y de esta necesidad de fundirse con el otro en amor y dolor nace el impulso de la hispanidad.
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