El siguiente texto es el discurso que Alain de Benoist dio en un evento organizado por el NPI [The National Policy Institute] en The Ronald Reagan Building, en Washington DC, el 26 de Octubre de 2013.
Damas y Caballeros,
Antes de comenzar mi discurso, me gustaría pedir disculpas por el daño que os voy a causar. Escuchar un discurso en inglés con un acento francés tan desagradable como el mío puede ser una tortura para vosotros. Pero no os preocupéis: ¡en francés hablo mucho mejor!
Como podéis imaginar, el tema de mi discurso es el concepto de identidad.
En un pasaje famoso de sus Confesiones, San Agustín escribe: “¿Qué es el tiempo? Si nadie me pregunta sobre esto, bien, entonces yo sé su significado, pero si alguien me pregunta sobre ello y trato de explicarlo, entonces dejo de saberlo.”
Esta cita de San Agustín sobre el tiempo puede ser usada en lo relativo a la identidad: la identidad no implica problemas mientras nadie te pregunte sobre ello. La identidad es algo que se da por hecho; es algo natural. Pero una situación diferente surge en el momento en que nos preguntamos: “¿Quién soy yo?” o “¿Quiénes somos nosotros?” O mucho mejor: “¿Qué significa ser Americano?”, “¿Qué es ser francés?” o “¿Qué es ser alemán?”
No es nada fácil, en absoluto, hablar sobre identidad, porque al contrario de lo que mucha gente cree (empezando por aquellos que quieren defenderla), la identidad no es un concepto simple. Se trata de una cuestión realmente compleja.
Identidad es una cuestión compleja porque surge como un problema precisamente desde el momento en que ya no se considera como algo dado. En este sentido, la identidad es una cuestión típicamente moderna. En las sociedades tradicionales nadie se cuestiona nunca su identidad, la razón de ser así se da por hecho por todas las personas, como algo evidente. Por tanto, nuestra primera señal es: Es en un momento en el que la identidad – ya sea individual o colectiva – está siendo amenazada, o ya ha desaparecido, cuando uno comienza a preguntarse cosas acerca de qué es la identidad. Este es el caso hoy, y esta es la razón por la que la identidad se ha convertido en un tema tan polémico, tanto en el nivel político como en el ideológico. La identidad se ha convertido en una cuestión problemática en la época moderna y postmoderna en vista del hecho de que sus puntos de referencia se han disipado y ya nadie conoce cuál es el sentido de la vida.
Sin embargo, no puede ser solo una simple coincidencia que las identidades se hayan convertido en algo tan problemático en la era moderna. Esto indica que la modernidad ha sido el vehículo de una evolución directamente dañina para todas las identidades. Esta evolución se debe en primer lugar al auge del individualismo, cuyas raíces se encuentran en Descartes y su obra. En las enseñanzas de Descartes hay de hecho una sublimación del sujeto lleva al autor a atribuir al individualismo un tipo de soledad ontológica, a través de la cual el individuo, para existir, debe liberarse de toda comunidad. El atomismo político, el cual apareció en el siglo XVII, especialmente con las teorías del contrato social de Grotius, Pufendorf, Locke y otros, fue una de sus consecuencias.
Otro motivo por el que la cuestión de la identidad parece tan compleja es el hecho de que la identidad, ya sea individual o colectiva, no puede ser reducida solamente a una dimensión en la vida de los individuos y de los pueblos. La Identidad no es nunca algo unidimensional; es algo multidimensional. Nuestra identidad combina componentes heredados con aquellos que son elegidos por nosotros mismos. Tenemos una identidad nacional, una identidad lingüística, una identidad política, una identidad cultural, una identidad étnica, una identidad sexual, una identidad profesional, y otras muchas identidades.
Todos estos aspectos diferentes definen nuestra identidad objetiva. Pero la experiencia nos enseña que en general no damos ningún valor a esta identidad objetiva. Esto quiere decir que la identidad también lleva una dimensión subjetiva. En general, nos definimos a nosotros mismos refiriéndonos al aspecto concreto de nuestra identidad que se muestra para nosotros como el más importante y crítico, mientras que ignoramos otros aspectos de identidad. La identidad no se puede separar de lo que realmente nos importa más a nosotros. Esto muestra la parte de nosotros con la que nos estimamos más y de la que dependemos a la hora de construirnos a nosotros mismos.
Pero ¿cuál es la parte de nosotros mismos que nos define según nuestra opinión de la forma más esencial? Esta es la cuestión que debemos responder a la hora de analizar nuestra identidad.
Para describir lo que más nos importa a nosotros, el sociólogo canadiense Charles Taylor habla de “evaluaciones fuertes” y “bienes constitutivos”. Los “bienes constitutivos” están en fuerte contraste con los bienes materiales, o para esta cuestión, con los bienes que emanan de alguna necesidad física, en tanto que no se pueden identificar en base a simples preferencias, pero, en cambio, son los principales cimientos de nuestra identidad. Las “evaluaciones fuertes” se caracterizan por el hecho de que no son negociables y no pueden ser reducidas a un simple capricho. No están relacionadas con el bienestar material, sino con ser nosotros mismos. Estas evaluaciones están relacionadas con todo lo que ofrece una razón para vivir y para morir, por lo que tienen un gran peso en los valores que son concebidos como buenos.
Habiendo hecho estas indicaciones preliminares, me gustaría mencionar a continuación dos errores que se comenten generalmente al hablar de identidad.
El primer error es que nuestra identidad depende solo de nosotros mismos. Sin embargo, en realidad nuestra identidad está también moldeada por la interrelación que tenemos con otros, por el punto de vista que tenemos sobre otras personas y por el punto de vista que otros tienen sobre nosotros mismos. Un sujeto aislado, un hombre o un grupo que vive solo por y para sí mismo, alejado de otros grupos o pueblos, no tiene identidad. Dicho de otra forma: no hay cosa similar a la identidad de algo que emerge únicamente de uno mismo. Ciertamente, la identidad es algo que da a la vida un significado. Sin embargo, en vista del hecho de que la vida no puede ser vivida solamente a un nivel individual, la cuestión de la identidad necesariamente implica una dimensión social. La identidad no puede ser concebida de forma independiente al vínculo social. Así, es siempre el grupo el que asigna al individuo una parte de su identidad, a través de la historia, del lenguaje y de las instituciones. Esto significa que la identidad no puede ser marginada por el propio sujeto, sino que solo puede serlo por la relación de un sujeto con la identidad de otros. Toda identidad es en su naturaleza fundamentalmente dialogante.
La frase “toda identidad es en su naturaleza fundamentalmente dialogante” significa que el otro también constituye mi identidad porque me permite realizarme a mí mismo. Por el contrario, el individualismo concibe su relación con el otro solamente a través de la perspectiva de mutuos intereses encontrados. Desde una perspectiva comunitaria, la cual es también mi perspectiva, las relaciones sociales son parte de mí mismo. Como señaló Charles Taylor, el otro es también “un elemento de mi identidad interior”. Un grupo, al igual que un individuo, debe plantar cara a esta “pareja”.
El segundo gran error es definir la identidad como algo dentro de nosotros que permanece para siempre inmutable e imposible de ser modificado. En este caso, independientemente de que hablemos sobre un individuo o sobre un pueblo, la identidad se concibe como una esencia fundada sobre atributos invariables e intangibles. Así, la identidad no es solamente una esencia, o un hecho real o una realidad estática. La identidad tiene una substancia en sí misma y su propia realidad dinámica. La identidad no refleja solo singularidad o una naturaleza permanente de esa singularidad. Continuidad también implica cambio, tal y como la definición de uno mismo implica relación con los otros. No puede haber una identidad sin el proceso de transformación. El factor importante es que no debemos mirar nunca a estos dos términos como si fuesen mutuamente contradictorios. La identidad no es algo inmutable, sino más bien algo que siempre podemos cambiar sin dejar de ser nosotros mismos. La identidad define el método de cómo cambiar y este método nos pertenece solamente a nosotros.
Finalmente, debo decir que la identidad no es simplemente un objeto que necesite ser descubierto, sino un objeto que necesita ser interpretado. La vida humana, como explicaron correctamente filósofos de la talla de Wilhelm Dilthey, Hans-Georg Gadamer y Paul Ricoeur, es fundamentalmente interpretativa en su naturaleza, es decir, vivir no significa solamente describir objetos, sino también tratar de dotar de significado a esos objetos. El hombre es “un animal que se interpreta a sí mismo”, escribió Taylor. La identidad no escapa a esta regla. La identidad es una definición de uno mismo, parcialmente implícita, trabajada con intensidad y redefinida a lo largo de la vida. La identidad es fundamentalmente narrativa en su naturaleza. Resulta de la historia que nos contamos a nosotros mismos cuando nos preguntamos cuestiones como quiénes somos.
¿Cuál es la amenaza actual para la mayoría de las identidades colectivas?
A esta cuestión muchos responderán señalando al fenómeno de la inmigración masiva, siendo la mayoría de los países Occidentales su escenario central. La dureza de este fenómeno no puede ser negada, ni pueden negarse patologías sociales resultantes de la inmigración. Este punto de vista, en mi opinión, al no poner el foco en las causas de la inmigración no tiene en cuenta el punto esencial y, por tanto, no lleva a cabo un análisis acertado.
Por mi parte debo decir que lo que plantea la mayor amenaza a las identidades colectivas en la actualidad es el sistema que “aniquila a los pueblos”, es decir, la imposición de forma universal de un sistema de homogeneización global que elimina toda la diversidad humana, diversidad de los pueblos, de las lenguas y culturas. El sistema está asociado con la noción de gobierno global y el mercado global. El objetivo que subyace es la eliminación de fronteras a favor de un mundo unificado. Yo llamo a este sistema la ideología de la Igualdad y la ideología de lo Igual.
Yo no pertenezco a aquellos que afirmarán que nuestra identidad está siendo principalmente amenazada por otros, aunque, por supuesto, dicha amenaza pueda existir. Yo creo que el mayor peligro que existe sobre la identidad no solo amenaza nuestra identidad, sino también la identidad de otros pueblos. El mayor peligro es el auge de lo indistinto, la eliminación de las diferencias, la destrucción de las culturas populares y estilos de vida en un mundo globalizado en el que los únicos valores reconocidos son aquellos que vienen marcados en las etiquetas en forma de precio, es decir, el dinero. Para mí, la gran cuestión de los próximos años será: ¿nos dirigimos hacia un mundo unificado y unipolar donde las diferencias desaparecerán o nos dirigimos a un mundo multipolar donde las identidades mantendrán algún valor?
Responder a esta pregunta inevitablemente nos lleva a la cuestión relativa al significado de modernidad, especialmente el significado de la filosofía de la Ilustración, la cual resultó ser su fuerza conductora en el siglo XVIII.
¿Por qué es la filosofía de la Ilustración inherentemente hostil a las identidades colectivas? Estar fundamentalmente sesgado hacia el futuro demoniza las nociones de “tradición”, “costumbre” y “raíces”, y ve en estos conceptos supersticiones pasadas de moda y obstáculos a su marcha triunfal hacia el progreso. Teniendo como objetivo la unificación de la humanidad, la teoría del progreso implica que uno debe, por tanto, descartar cualquier esclavitud “arcaica”, es decir, rechazar todos los vínculos antiguos y destruir sistemáticamente todos los fundamentos orgánicos y simbólicos de solidaridad tradicional. La dinámica de la modernidad arranca al hombre de sus lazos comunitarios naturales y no respeta su inserción en una humanidad específica, porque semejante noción está basada en una concepción atomista de la sociedad, concebida como la suma total de individuos racionales y fundamentalmente libres, los cuales se supone que pueden elegir sus propios objetivos para dirigir sus acciones. Esto es por lo que la herencia de la Ilustración se opone al mantenimiento de identidades.
Los conservadores americanos: un oxímoron
De forma sorprendente, todos los conservadores americanos parecen estar adheridos al individualismo metodológico. Ellos creen que los individuos son más importantes que las comunidades o los colectivos. Esta es la razón por la que ellos se oponen a la intervención del estado, pero también a cualquier otra forma de regulación económica y financiera, la cual ellos asocian generalmente con “socialismo”. Este punto de vista les impide comprender que la desintegración de las identidades colectivas está directamente vinculada al auge del individualismo, provocando que su mentalidad este dominada por valores económicos y comerciales y por el axioma generalizado del interés.
Como a muchos europeos, a mí también me sorprende que los conservadores americanos defiendan casi unánimemente el sistema capitalista cuya expansión destruye de forma metódica todo lo que ellos pretenden conservar. A pesar de la crisis estructural del sistema capitalista de los últimos años, los conservadores americanos siguen considerando el capitalismo como el único sistema que respeta y garantiza las libertades individuales, la propiedad privada y el libre comercio. Ellos creen en las virtudes intrínsecas del mercado, cuyo mecanismo se considera el paradigma de todas las relaciones sociales. Ellos creen que el capitalismo esta entrelazado con la democracia y la libertad. Ellos creen en la necesidad (y la posibilidad) del crecimiento económico perpetuo. Ellos creen que el consumo es parte de la felicidad y que “mas” es sinónimo de “mejor”.
Sin embargo, el capitalismo no tiene nada de “conservador” en sí mismo. ¡Precisamente es todo lo contrario! Karl Marx ya observó que el desmantelamiento del feudalismo y la erradicación de las culturas tradiciones y los valores ancestrales era resultado del capitalismo, que sumerge todo en el “agua congelada del cálculo egoísta.” Hoy más que nunca, el sistema capitalista esta envenenado por la sobreacumulación de capital. Se necesitan más tiendas, cada vez más y más mercados, siempre más y más beneficio. Bien, semejante objetivo no puede ser alcanzado a menos que antes hayamos desmantelado todo lo que exista en su camino, comenzando en primer lugar por las identidades colectivas. Una economía de mercado completamente madura no puede funcionar de forma sostenida a menos que la mayoría de las personas hayan interiorizado la cultura de la moda, del consumo y del crecimiento ilimitado. El capitalismo no puede transformar el mundo en un inmenso mercado – este es su principal objetivo – a no ser que el planeta se fragmente y a no ser que el planeta renuncie a todas las formas de imaginación simbólica, la cual necesita ser reemplazada por la fiebre de siempre algo nuevo, tanto para la lógica del beneficio como para la acumulación ilimitada de capital.
Esta es la razón por la que el capitalismo, en su intento por eliminar las fronteras, es también un sistema que se ha vuelto mucho más efectivo que el comunismo. La razón de ello es que la lógica económica sitúa el beneficio por encima de cualquier otra cosa. Adam Smith escribió que el comerciante no tiene otra patria que aquel territorio en el que alcanza su mayor beneficio.
Y así es por lo que el capitalismo es el principal responsable de la inmigración. Por un lado, el uso de inmigrantes crea una presión a la baja en los salarios de los trabajadores; por otro lado, el principio más importante del capitalismo (“laissez faire, laissez passer”) implica la libre circulación de las personas, junto a la libre circulación de bienes y capital. Esta es la razón por la que el capital requiere un incremento de la movilidad de la mano de obra, y el hecho de que las migraciones de mano de obra se realicen solamente a lo largo de las fronteras nacionales es visto por los capitalistas como un obstáculo al desarrollo del comercio. Desde este punto de vista, el mercado global debe convertirse en el escenario natural de la “ciudadanía global”.
La sociedad de mercado ofrece solamente una caricatura del vinculo social, desde que define la separación del resto como la única existencia verdadera. Mientras tanto, modifica las relaciones sociales, es decir, las relaciones entre ciudadanos deben convertirse en un calco de las relaciones entre los bienes. Desde el punto de vista del capital, los hombres son objetos, y de hecho ellos solamente pueden ser agentes en los procesos de producción y consumo, y están solamente interconectados a través del intercambio de bienes.
Al convertirse el capitalismo en una “cuestión total de hechos (M. Mauss), cada objeto debe ser, por tanto, reducido a su valor comercial, todo debe ser catalogado como mercancía, siendo esta su realidad definitiva.” Así, cualquier cosa que no tenga su equivalencia, especialmente equivalencia monetaria, debe ser devaluada. De este modo, el valor del mercado, los valores comerciales, los valores de utilidad y los valores marcados por el interés, los cuales se miden solamente por cuestiones de cantidad, se oponen totalmente a los valores que no se pueden contabilizar y no se pueden medir, siendo estos los valores sobre los que gira la existencia de las culturas y de los pueblos.
Esta es la razón por la que las identidades permanecerán amenazadas mientras nos neguemos a cuestionar todos los tipos de vida alienados que son estructuralmente relacionados con la cosmovisión capitalista, la cual defiende el crecimiento infinito y el consumo sin límites.
Yo soy consciente de que no es fácil transmitir esto a los Estados Unidos, lugar de nacimiento del capitalismo moderno, un país que prioriza el individuo sobre su comunidad y que siempre ha creído en los méritos intrínsecos del mercado, en las virtudes de la tecnología, en la realidad del progreso y cuyo pensamiento político, sobre todo desde la época de los Padres Fundadores, se ha basado en los supuestos de la Ilustración, el universalismo mesiánico, la teoría de los derechos y la ideología del progreso.
Me pidieron que diera mi opinión. ¡Ahora solo me queda darles las gracias por haber tenido la paciencia de escucharme!
Traducción propia del texto publicado en The Occidental Observer por Tom Sunic
Recomendamos visitar la página del autor Alain de Benoist.
Fuente: Cultura y Geopolítica
Impresionante.
De Benoist suele estar muy atinado cuando aborda el tema de la identidad. De lectura obligada, tanto para «progresistas» como para «identitarios». De otra parte, lo dicho sobre los conservadores americanos es perfectamente extrapolable a nuestra derechona liberal. No hay cuidado, no se leerá…