Lo que Europa y el mundo esperan de Vladimir Putin. Los destinos escatológicos de la nueva Rusia

JEAN PARVULESCO

por Jean Parvulesco – Publicado en Ciudad de los Césares N° 60, Septiembre/Octubre de 2001.

1. El séptimo sello

Los años decisivos vuelven. El vertiginoso torbellino de un trastocamiento final, de dimensiones abisales, de la historia mundial en curso, se impone en el presente sobre el estancamiento obscuro de los tiempos de esas delicuescencias dimisionarias de las que estamos en trance de salir y en las que había sido necesario que nos perdiéramos. «Todo entra en el presente en la zona de atención suprema».

Porque es así: a la misma hora en que Vladimir Putin accedía al poder presidencial en Moscú, un inmenso trastocamiento tenía lugar en los entretelones invisibles de la «gran historia» mundial en marcha. No solamente el interregno del siglo de la sangrienta dictadura de las tinieblas del marxismo-leninismo tenía verdaderamente fin, sino el sentido mismo de la historia que había permitido que esto pudiese hacerse se encontraba invertido, para ceder su lugar a la reanudación de la predestinación escatológica de la «Rusia anterior», de la Rusia en tanto que «concepto absoluto» de la historia del mundo concebida como el desarrollo bajo control de un «gran designio» secreto de la Divina Pro vi dencia.

Así, en la visión cristológica del mundo y de su historia, el terrible sacrificio sangriento de la crucifixión de Rusia y de sus pueblos cautivos de la conjuración mundial del comunismo soviético no habrá sido vano: porque no es sino por los caminos litúrgicos del misterio de la Cruz que pasa el recorrido oculto, final, del supremo misterio actuante de la Resurrección.

Ahora bien, a pesar de esos primeros tiempos equívocos y desgarrantes que marcan el retorno a la vida después del largo descenso procesional a través de los abismos negros de la muerte, es justamente la esplendorosa mañana de la Resurrección que Rusia, que la «Nueva Rusia» de Vladimir Putin se encuentra llamada a conocer hoy, y esto incluso si tal vez no tiene aún la conciencia plena de su nuevo estado, que es esencialmente un estado de gracia.

Porque una cierta contracorriente de impedimento, de torpor ontológico y de demora, marca subterráneamente, en la hora presente, todo lo que en Rusia y en el mundo entero atestigua el retorno al ser, ya iniciado, todo lo que comparteel impulso resurreccional naciente: lo que no es ya más no se encuentra aún reemplazado por lo que no está del todo allí.

No nos dejemos engañar, pues, por apariencias falaces, traficadas de intento: este temible torpor general, esta impotencia hipnótica más y más insostenible, esta demora de todo, que parecen haberse apoderado de todo lo que, estos últimos años, quiere ir adelante es, a pesar de todo, y debe ser –para aquellos que saben verdaderamente ver, más allá del simple hecho de ver- el signo de la instalación, difícil, muy difícil por el momento, pero absolutamente ineluctable a la larga, de un cambio de estado mitológico del mundo y de su historia actual el signo mismo de la «gran inversión» que se hace, que está en trance de hacerse en la «línea de paso» hacia el Tercer Milenio.

De tal suerte pues no es más el hecho de que. por la marcha misma de las cosas, sea necesario librarse sin cesar de la muerta pesadez del pasado lo que nos fuerza todavía a avanzar pese a todo, sino ya la llamada irracional en nosotros de un irresistible impulso nuevo, revolucionario, de un otro renuevo, que implica el salto adelante por encima de los precipicios del fin del régimen anterior de las cosas, el salto por encima del vacío: porque estamos efectivamente allí, y no hay más vuelta atrás.

Esperando, debemos por tanto cada día hacer frente al misterio de lo que sin cesar se oculta aún ante nosotros, de lo que parece no poder encontrar nunca su cumplimiento, de lo que se sume indefinidamente en el cieno vago y sucio, muy sucio en efecto, de su propia imposibilidad de ser: esta invasión de lo que remonta de las profundidades más nocturnas de los abismos a la hora de la suspensión verdaderamente final del aliento del ser, es precisamente la parle que es hoy la nuestra en un mundo golpeado por la interdicción del ser subversivamente significada en todas las fuer/as de la vida, del renuevo, del rccomienzo. Pero sepámoslo también, todo eslo no podría ser. en realidad, sino esencialmente provisional. «Y cuando el Cordero abrió el séptimo sello, se hizo un silencio en el ciclo, alredor de media hora», se lee en el Apocalipsis deSan Juan. Eso son pues los tiempos de las ambigüedades extremas del no-scr en el poder y de- la degradación pasajera de los poderes del ser, los sombríos tiempos de la última exaltación de la abyección. Los tiempos del interregno de la dominación ilegal de los abyectos que termina.

Es la razón además por la cual la doble subversión social-demócrata y liberal-demócrata –que serán siempre los regímenes del equívoco, de la diversión alienante y del paso disimulado al enemigo- ha prevalecido, y no termina aún de mantenerse ilegalmente en el poder en los tres países principales de Europa del Oeste, en Gran Bretaña, en Francia y en Alemania, en el corazón mismo del campo de batalla donde todo deberá pasar. Y ello, hasta que el renuevo en las profundidades no venga a sumergir revolucionariamente, a franquear el «paso de la línea» para imponer revolucionariamente, con Vladimir Putin y con lo que Vladimir Putin significa simbólicamente en la hora actual, su ley del cambio total, irreversible, la ley del gran «Trastocamiento Final», de la Paravrtti.

En sí mismo, el interregno no es nunca otra cosa que la garantía de la salida del interregno.

2. El «gran designio» imperial escatológico de Vladimir Putin

¿Cuáles son entonces las líneas de fuerza magnéticas corno se las podría llamar, si no la doctrina gubernamental de Vladimir Putin, por lo menos su proyecto fundamental de acción político-estratégica en un próximo y más lejano porvenir?

Muy en primer lugar, volver a Rusia a sí misma, de una manera revolucionaria, toltal, incondicional. Religar inmediatamente con la gran predestinación suprahistórica de Rusia, predestinación escatológica por encontrar, por retomar allí, precisamente, donde la revolución soviética ha venido a interrumpirla, en el cuadro de una conspiración suprahistórica oculta cuyas dimensiones superaban de lejos los solos destinos de Rusia.

Y ello muy precisamente también porque al continuar entonces la obra de sus predecesores, Nicolás II, a quién su primo el Kaiser Guillermo II había llamado «el emperador del Pacífico», estaba a punto de hacer de Rusia la superpotencia mundial presente «del Atlántico al Pacífico» y poder así poner en fin en marcha el «designio secreto» de su propia predestinación suprahistórica imperial gran-continental.

Porque es para impedir que Rusia imponga, «del Atlántico al Pacífico», su propia voluntad imperial escatológica a la historia mundial en curso, que Rusia ha sido abatida, desalojada a la fuerza de la historia que ella había escogido hacer llevar hacia .delante hasta su culminación trascendente final, que hubiese sido la de su transfiguración cristológica imperial. Desarrollar pues las concepciones de la Santa Alianza hasta sus dimensiones planetarias e históricas últimas, hasta la puesta en situación real de su identidad suprahistórica decisiva.

Ahora bien, eso es justamente lo que las potencias nocturnas que representan, en los entretelones prohibidos de la «gran historia», la identidad abisal oculta de lo que la doctrina cristológica tradicional llama el «Misterio de Iniquidad» en obra hasta el «Segundo Advenimiento», no podían permitir en absoluto que llegase a realizarse. De donde la conspiración mundial de las potencias de las tinieblas que se emplean en desmantelar, a través de complicidades interiores y exteriores que. aún hoy, permanecen desconocidas e incognoscibles, el Imperio Ruso en su identidad escatológica secretamente ya activada, ya en paso de entrar en la corriente de la historia.

Pero, en la hora actúal, es ese inisnio designio imperial escatológico de Rusia que se encuentra, una vez más. puesto a la orden del día por Vladimir Putin, quien pretende devolver, de nuevo, Rusia a sí misma, apoyándose para ello en su «Nueva Rusia» y en la «gran ortodoxia» rusa y este-europea. Pero apoyándose también, al mismo tiempo, a pesar de las resistencias de la ortodoxia y más allá de esas resistencias, y cualesquiera que puedan ser sus intransigencias y el rechazo de concierto, exhibido por ésta, sobre Roma y la catolicidad tradicional romana. Y eso, tal como él había mostrado –y demostrado- en su primer viaje al extranjero en tanto Presidente de Rusia recientemente elegido, cuando había tenido muy significativamente lo que haya tenido lugar en Italia, y ante Juan Pablo II, con quien luvo el largo coloquio confidencial que se sabe. Se hablará más lejos, en el curso de este mismo artículo, de las relaciones particulares de Vladimir Putin con Roma y el catolicismo romano, dado que Vladimir Putin es un ferviente lector de Vladimir Soloviev. Lo que esclarece muchas cosas.

Así pues resulta totalmente evidente que para que esto pueda verdaderamente hacerse. Vladimir Putin debe ante todo llegar a forjarse el útil político-estratégico de acción revolucionaria planetaria que pueda realmente dar curso a sus designios visionarios, a saber un Estado Ruso que tenga el peso propio de una supcrpolencia planetaria, y que dirija el bloque de una concentración política imperial gran-continental europea de identidad trasccndental y polar. Y ésta vuelta también, en sus últimas instancias revolucionarias, hacia la movilización trans-continental de America Latina, continente católico, así como de Estados Unidos mismos, desembarazados, a favor de una nueva guerra civil de secesión –pero esta vez jugando en un sentido contrario al de la primera guerra de secesión- de sus sujeciones nocturnas a la subversión protestante iluminista y sobre todo a lo que, desde el comienzo, se disimula espectralmente detrás de ésta, y respecto de la cual no oso decir el nombre ni tratar de develar el rostro de tinieblas.

El combate fundamental de Vladimir Putin será, en estas condiciones, el de la liberación interior de Rusia de los formidables pesos negativos que continúan entorpeciendo –siempre- el milagro de su resurrección política, y la puesta en marcha de su renovación administrativa, económica y militar, que debe conducir a que recobre, en tiempo útil, su estatuto –ya dos veces perdido- de superpotencia planetaria imperial (estatuto perdido, una primera vez, en 1917 y enseguida con la liquidación de la Unión Soviética). Lo que aparece entonces en perspectiva es la figura renovadora de una Tercera Rusia, que debería también quererse, finalmente, una Tercera Roma.

Un cierto número de tareas de rectificación esperan a Vladimir Putin en el giro de un destino infinitamente periclitado de partida, destino periclitado al cual, además del carisma personal de Vladimir Putin, reconocido muy en profundidad por la actual colectividad nacional rusa, no se podría oponer, de hecho, más que su propia calma glacial, su decisión inconmovible, y la confianza actuante en sus predisposiciones visionarias, de su confianza en su «estrella secreta». ¿Es esto poco? Es mucho, el porvenir lo decidirá. Pero nosotros somos de aquellos ya persuadidos de que el porvenir está ya del lado de Vladimir Putin, que el porvenir pertenece ya a Vladimir Putin.

Y sobre todo su conciencia de tener a su lado las estructuras sanas, vivientes, de la nación. Estoy al lado del Ejército, estoy al lado de. la Flota, estoy al lado del pueblo, declaraba cuando los dramáticos acontecimientos que siguieron al accidente fatal del submarino nuclear Kursk.

3. ¿Qué tareas de rectificación?

Por lo tanto, los días aparecen a lo menos apretados. Estas dramáticas «tares de rectificación» a las que Vladimir Putin debe enfrentar urgentemente parecerían ser, en cuanto a su conjunto en el momento, las siguientes.

(1) La liquidación de las estructuras oligárquicas y de mando económico-social y político, de ingerencia y de chantaje, heredadas de la situación inventada por el régimen caótico, podrido y putrefactor, de la «familia» de Boris Yeltsin, feudalidades en plaza de peso exorbitante, y que habrá que abatir a cualquier precio y con toda urgencia. La arrogancia ultrajantemente cosmopolita de Boris Berezovski, de Vladimir Gussinski, de todo su clan intérlope de hienas antirrusas, debe ser sancionada duramente, se debe recurrir de nuevo a la limpieza por el vacío. Porque es un hecho: el pillaje vergonzoso y completamente criminal de los bienes nacionales rusos con ocasión de las grandes desnacionalizaciones del fin de la URSS equivale, de hecho, a un verdadero cataclismo económico para Rusia, a una gigantesca operación, conspirativamente concertada, de apropiación fraudulenta del conjunto de la «gran economía» de Rusia por esos grupos oligárquicos de procedencia, fines e identidad por lo menos dudosos, actuando con medios más que sospechosos, que aparecen en el presente como los de una ofensiva antirrusa llevada secretamente desde el exterior. En tanto que la tara continua de la actual conspiración oligárquica aún en plaza y de sus abundantes metástasis subversivas no sea aniquilada, la economía nacional de la «Nueva Rusia» no podrá soltar amarras de un modo realmente decisivo.

(2) Dar a las Fuerzas Armadas, sin tardar más, los medios de su potencia -de su superpotencia- estratégica de dimensiones continentales y planetarias, así como la superficie de afirmación político-social decisiva que debe imperiosamente ser la suya en el proceso de renovación fundamental –refundacional- del Estado. Cuya reestructuración revolucionaria deberá forzosamente pasar por la militarización del trabajo, de la enseñanza, de la organización social, cultural y religiosa del conjunto de la nación. Organización dirigida enteramente hacia un solo objetivo salvador de autosuperación de naturaleza trascendental, suprahistórica, «religiosa». Proceso de conjunto en el cual el papel motor, pedagógico y de encuadramiento en profundidad de las Fuerzas Armadas va revelarse como constituyente de la espina dorsal de la vida de la nación, así como había sido ya bajo los Zares: Rusia no será jamás sino lo que hacen de ella sus Fuerzas Armadas, y Vladimir Putin es, ante todo, el hombre de las Fuerzas Armadas. Porque, tal como lo había sido el Imperio Romano, Rusia es fundamentalmente una nación imperial, por su naturaleza misma, por su predestinación secreta. Toda su historia anterior lo prueba.

En último análisis y fundamentalmente, la «Nueva Rusia» de Vladimir Putin no podrá alcanzar su objetivo de renovación salvadora de la historia rusa actual si la conciencia nacional-revolucionaria de sus Fuerzas Armadas no puede asumir realmente el entero control del proceso de renovación ya en curso, y llevarlo finalmente a su meta. La suerte de la «Nueva Rusia» de Vladimir Putin y por tanto la suerte misma de la más Grande Europa nacional-revolucionaria en curso de emergencia depende pues de una manera estrechamente decisiva, en las circunstancias presentes, del actual despertar, de la actual evolución de la conciencia revolucionaria de las Fuerzas Armadas rusas y de su papel en el despertar, en la toma de conciencia europea gran-continental de Rusia, dicho de otra manera del retorno de Rusia a su predestinación escatológica anterior. La carta de Vladimir Putin es la carta de las Fuerzas Armadas. Las doctrinas del mariscal Nicolai Ogarkov han finalmente prevalecido [1]. Porque el proceso nacional-revolucionario empeñado en el presente por Vladimir Putin no data de hoy; tiene tras si un largo camino subterráneo.

(3) La instalación de un nuevo dispositivo político-estratégico secreto de protección ideológica sobreactivada, de información y de intervención especial, de poderes ampliados, destinado a garantizar la seguridad interior del conjunto de las empresas revolucionarias imperiales de Rusia y del bloque gran-continental eurasiático de su presencia exteriormente activa.

Se trata del aparato contraestratégico revolucionario de vanguardia al cual corresponderá la responsabilidad de levantar un dique de contención permanente ante las tentativas de injerencia negativa enemiga procedentes del exterior, y de las propias debilidades interiores del campo gran-continental eurasiático en su conjunto. Muchas cosas habría que decir sobre esto, pero seguramente no aquí.

(4) Así como la definición de una doctrina metafísica, geopolítica y teológica de Estado, coherente, total, profundizada y, precisémoslo, de una nueva teología imperial cristológica gran-europea, ortodoxa y católica. Vladimir Putin sabe en efecto que no hay nueva emergencia imperial sin la aparición de una nueva religión imperial, y debe conocer también la palabra proféticamente decisiva de Moller van den Bruck según la cual no hay más que un solo Reich tal como no hay más que una sola Iglesia.

La «gran ortodoxia» resucitada por Vladimir Putin así como el catolicismo tradicional romano deberán reencontrarse reunidos, juntos, por la fuerza de acción misma del Imperio, del Imperium Ultimurn, en el movimiento llevándolos hacia atrás, a su propia unidad anterior, y por esto mismo conduciéndoles adelante hacia el Tercer Estado de la religión imperial gran-continental europea reunificada.

(5) Restablecer, hacer renacer de nuevo el tejido conjuntivo íntimo, vital, la profunda unidad irradiando de la sociedad rusa en su conjunto, a la cual habría que poder dar una fe nueva en sí misma, y en sus propios destinos nacionales y supranacionales que son naturalmente los suyos, por su propia predestinación fundacional de sus propios orígenes arcaicos, abisales; por sus misiones escatológicas imperiales, por sus tareas revolucionarias inmediatas, por el formidable esfuerzo de auto-enderezamiento ontológico y político- histórico exigido de ella, a la hora actual, por la marcha misma de la historia mundial que llega a un giro trágicamente irreversible.

(6) Toca a Moscú también sostener muy efectivamente los esfuerzos de los «grupos geopolíticos» que emergen por doquiera en Europa, incluso en el mundo entero, y que siguen la línea política gran-continental eurasiática del concepto geopolítico fundamental de Karl Haushofer, el concepto de Kontinentalblock.
Porque Moscú debe convertirse en la plataforma giratoria sobreactivada del conjunto de las redes contraestratégicas que se movilizan en la actualidad en la vanguardia del movimiento de concentración revolucionaria en combate por la más Grande Europa continental, por el «Gran Imperio Eurasiático del Fin».

(7) La puesta en cintura definitiva y el contraencuadramiento de la administración política de las regiones interiores de Rusia, comprometidas, casi en su conjunto, en una peligrosa espiral centrífuga, que tendían al autocomando, a la «autosuficiencia», situación implícitamente opuesta al principio centralizador de Moscú, y que puede en cualquier instante encontrarse explotada por injerencias clandestinas del exterior, por manipulaciones pertenecientes al campo de la subversión mundialista en acción. Reemplazar los gobernadores delictivamente elegidos por militares seguros.

(8) Aniquilar el conjunto de las estructuras en acción de la criminalidad organizada, de la subversión social de las mafias en plaza y de la insostenible inseguridad permanente de la sociedad rusa actual, inseguridad en trance de alcanzar límites peligrosamente críticos, y cuyas injerencias exteriores pueden igualmente captarse, para fines de desestabilización y de tentativas de apropiación clandestina de ciertos sectores de la sociedad civil más expuestos que otros a ese género de maniobras a cubierto.

(9) Además de la obligación que ella debería hacerse de proveer, por su lado, por todos los medios a su disposición, a la promoción sobreactivante del Polo Carolingio franco-alemán, del que hay que recordar que el General de Gaulle afirmaba que constituía, por sí solo, una «Revolución Mundial», Rusia debe también encargarse de una apertura continental gran-europea en dirección de la India, pivote revolucionario de la presencia y de la acción europea en Asia. ¿No decía Alexander Duguin que Rusia es el puente de Europa hacia la India, y a través de la India hacia la Gran Asia? Será pues en esta perspectiva que habrá que situar la visita del presidente Vladimir Putin, el año pasado, a la India, y la puesta en explotación de un vasto designio contraestratégico gran- continental ruso-indio. Y es totalmente en la misma perspectiva eurasiática gran-europea que hay que situar la verdadera significación de la visita reciente del presidente Vladimir Putin al Japón, donde habían sido puestas en esta ocasión las bases confidenciales de ciertos acuerdos de línea común. Tal como Rusia, Francia está igualmente atenta al acercamiento absolutamente decisivo de la Gran Europa con India y Japón, lo que aparece como una convergencia franco-rusa de las más significativas, como un signo secreto del destino.

(10) Es muy a propósito que he querido que se abordase por último el problema de la desestabilización islamista revolucionaria de Chechenia y del absceso de la subversión antirrusa y antieuropea que se encuentra mantenida artificialmente en el estado de crisis aguda en la región, por las instancias encubiertas de la ofensiva mundialista en curso.

Atajar el foco de incendio wahabita de Chechenia es para la Rusia actual una cuestión de vida o muerte: si el fuego no se extingue allí a tiempo, y totalmente, todo el flanco meridional del Gran Continente eurasiático se encontrará en llamas a breve plazo, desde Pakistán hasta la cadena de repúblicas islámicas de la ex URSS, hasta el Sudeste del continente europeo, donde Bosnia y Albania, el Kosovo ya incluido, sirven de posta a la vez al Islam revolucionario en el terreno y a las maniobras subversivamente clandestinas de los servicios especiales de Washington, que mantienen allí intensamente el terrorismo islamista revolucionario de importación, con el fin de desestabilizar Europa, la Gran Europa emergente y la «línea geopolítica europea» actualmente en proceso de afirmarse en el nivel de su nueva historia naciente, una nueva historia gran-continental eurasiática.

El cortafuego encendido por el presidente Putin en la reunión del «Grupo de Shanghai», en julio del 2000, en Dushambe (Rusia, China, Tayikistán, Kirguizistán, Kazajstán), ¿tendrá aún mucho tiempo ante el impulso irresistible de las milicias islamistas? Por intermedio de Turquía y de Israel subterráneamente en terreno, la conspiración mundialista de Estados Unidos –y de lo que se mantiene detrás de éste, en la sombra- atiza continuamente al Islam fundamentalista, instalando los jalones político-estratégicos de su futura toma de posesión en la línea geopolítica transcontinental subversiva Tirana-Sarajevo-Grozny-Kabul-Islamabad.

Rusia y el Sudeste europeo se encuentran hoy, de nuevo, en primera línea frente a la ofensiva revolucionaria del Islam ñmdamentalista; y es necesario darse cuenta que se trata de una larga tradición sacrificial de resistencia, dado que Rusia y el Sudeste europeo han debido ya durante siglos formar una barrera frente a la ofensiva islamista hacia el centro de Europa. Ahora bien, el Islam es utilizado por la conspiración mundialista de Estados Unidos como una fuerza estratégica de diversión y de bloqueo en la guerra clandestina que éste hace a Europa, y como tal el Islam se beneficia de apoyos secretamente considerables, política y estratégicamente, llegando a ser’ así más y más una amenaza extrema para la Gran Europa emergente, y esto tanto desde un punto de vista exterior como, también ya, desde un punto de visla interior, puesto que las inmigraciones islámicas en Europa hacen de cabeza de puente avanzada hacia el interior de las líneas europeas de resistencia.

Chechenia es el cerrojo del frente Sur de Europa y, en Chechenia, es por cuenta de Europa que Vladimir Putin ha comprometido a Rusia en una batalla decisiva.
Toda empresa contra el empeño de Rusia en Chechenia es un acto de alta traición contra la unidad y la libertad de la Gran Europa naciente.

4. El eje París – Berlín – Moscú

Sería necesario, a lo que parece, que París, Berlín y Moscú –pero, en las circunstancias actuales, Moscú sobre todo- lo comprendieran: la integración europea gran-continental pasa ineluctablemente por la instalación previa de un Eje París-Berlín-Moscú.

Ahora, en la hora actual, la iniciativa del Eje París-Berlín-Moscú no podría venir sino de Moscú.

En efecto, si Berlín se mantiene, en relación con este proyecto, en una expectativa un poco indecisa, desconfiada y friolera, París, por el contrario -y tan incomprensible como esto pueda parecer cuando se considera las posiciones que habían sido anteriormente las del poder gaullista a este mismo respecto-, frena e impide -por no decir sabotea-, con una obstinación morosa, inconfesada, toda iniciativa que vaya en el sentido del proyecto de este eje europeo transcontinental.

Es que en París las presiones negativas extremas que mantienen sin cesar, y que exacerban, respecto del concepto de la Gran Europa continental eurasiática, y más aún actualmente en cuanto al proyecto del Eje París-Berlín-Moscú, ciertas influencias ocultas subversivamente en acción al servicio de la conspiración mundialista, acaban de alcanzar a un estado de paroxismo al descubierto verdaderamente último, absolutamente intolerable, y tal vez ya sin retomo, para algunos al menos, que no se conoce sino demasiado bien. Lo que por esto mismo exige una contra­ reacción urgente y tan dura como exhaustiva de parte de las fuerzas todavía sanas de la nación entregada, por la conspiración en plaza, a un estado final de parálisis y de embotamiento, de impotencia, más y más trágico; en que se quiere llegar a que Francia, finalmente, se vea proscrita de Europa, a que se anule la herencia de la visión revolucionaria gran-europea del General de Gaulle. Pero ellos no saben lo que les espera. El choque de rebote, que vendrá, va a ser, en efecto, absolutamente aterrorizador.

No siendo las cosas, pues, más de lo que han llegado a ser, corresponde a Moscú tomar sobre sí el echar las bases de la puesta en situación del proyecto del Eje París-Berlín-Moscú, y ello apoyándose también, y en la especie tal vez sobre todo, en el trabajo de agitación y de penetración de los «grupos geopolíticos», muy dispuestos a lanzarse en la batalla ideológica y político-estratégica de la creación de las vastas y profundas corrientes de apoyo respecto a ese proyecto europeo fundamental.

Ésta será la ocasión, para Moscú, de poder actuar directamente en el seno del frente político europeo, en el nivel inmediato de la nueva conciencia europea en proceso de afirmarse revolucionariamente.

5. Serbia y el sudeste europeo

Los servicios de información de Yugoeslavia sabían desde largo tiempo que la subversión islámica kosovar preparaba planes para tomar Macedonia también. Así en octubre de 2000 el Presidente de Yugoeslavia había convocado, en Skopje, en Macedonia, una conferencia general de la región, a la cual había invitado los jefes de Estado y de Gobierno de Albania, de Bulgaria, de Grecia, de Macedonia, de Bosnia, de Rumania y de Croacia. Bajo el pretexto de superficie de la implementación de un «pacto de estabilidad» para el conjunto de los Balcanes, el Presidente Vojislav Kostunica contaba, en realidad, producir, y sostener personalmente, un proyecto, muy confidencial aún, concerniente a la integración político-económica a breve plazo del conjunto de los Estados del Sudeste europeo, con el objetivo de oponer un frente común al diálogo con la Unión Europea, ante la cual la Europa del Este, desestabilizada todavía por las secuelas del comunismo, se encuentra por el momento en una situación de inferioridad difícilmente aceptable. Lo que habría que remediar.

Es cierto que la presencia europea de Rusia debe apoyarse fundamentalmente en Serbia –en primer lugar- y en los otros Estados ortodoxos de la Europa del Este, Serbia enconrándose ya empeñada al lado de Rusia en la actual batalla contraestratégica de ésta contra el terrorismo revolucionario islámico. Al mismo tiempo, Serbia es también el primer Estado europeo en haber sufrido directamente la agresión anticontinental de la conspiración mundialista regida por la «Superpotencia Planetaria de Estados Unidos»: la movilización total de la nación serbia en su totalidad frente a la agresuión político-militar de la OTAN hace que ella sea hoy el país de Europa que dispone de la conciencia política más despierta respecto de los manejos conspirativos de la OTAN y de la ofensiva mundialista en curso.

De todas maneras, el Sudeste europeo permanece todavía la zona crítica en que se mantiene el cerco del continente europeo por la avanzada político-militar de la OTAN comprometida a servicio de la conspiración mundialista de la «Superpotencia Planetaria de Estados Unidos» y, como tal, el Sudeste europeo debe movilziar en forma permanente la atención contraofensiva del conjunto europeo gran-continental, y esto por encima del hecho de que el actual poder social-demócrata y liberal-demócrata en toda la Europa del Oeste participe de las exacciones político-militares de la OTAN. Pero no es la traición en la superficie lo que cuenta: son las opciones profundas de las naciones cautivas, educidas subversivamente al silencio, amordazadas, víctimas de la alienación extraña a su ser, naciones como muertos-vivientes, naciones hechas zombies por los especialistas del vudú mediático. Y una cierta degeneración de las masas va mucho en ello.

6. Las cuatro invitaciones cristológicas

Las tareas presidenciales de Vladimir Putin se desprenden dialécticamente del reencuentro –de las nupcias, se podría decir incluso- entre el concepto fundamental de la predestinación imperial suprahistórica y escatológica de Rusia, de la «Nueva Rusia» de hoy y de la Rusia de siempre, y las condiciones reales, tal como son, de la actual situación político-social, económica y administrativa de la Rusia de hoy. Dicho de otra manera: algo debe hacerse obligatoriamente, y lo será sin duda, en las condiciones que se presentan realmente a la hora en que esta obligación deba cumplirse, dada a la luz, proyectada en la corriente de la historia en marcha. Pues bien, lo que así debe ser hecho, es sobre el Presidente
Vladimir Putin que recae en el presente la tarea histórica de hacerlo.

Ahora, si acabamos de intentar pasar revista a lo que constituye, precisamente, las condiciones reales de la rectificación de la situación actual de Rusia, nos queda no obstante determinar aún el contenido efectivo de la rectificación trascendental de la situación, lo que habría que hacer actualmente para restablecer, también, la identidad escatológica predestinada de Rusia, su misión suprahistórica propia, que le ha sido impuesta desde los comienzos de su historia, e incluso antes.

Así, cuatro invitaciones a la acción cristológica inmediata se desprenden de la actual situación de Rusia, que son la siguientes:

(1) Obtener la elevación a los altares, la canonización oficial de Nicolás II y de la familia imperial entera, así como de un número simbólicamente significativo de testigos de la Fe caídos en las persecuciones, las matanzas sangrientas de los años del terror leninista y stalinista, en los “años de las tinieblas”.

Se trata del acto fundamental de inversión de los tiempos, y este acto fundamental acaba de ser efectivamente cumplido por el Patriarca de Moscú Alexis II, en presencia y bajo las disposiciones personales especiales del Presidente Vladimir Putin.

(2) Se sabe –algunos lo saben- que la liberación de Rusia de las tinieblas sangrientas del comunismo no ha sido posible sino por la intervención sobrenatural directa de la Inmaculada Concepción, liberación puesta en obra a partir del instante en que, siguiendo su propio voto sacramental formulado ya en 1917, Rusia se encontraba consagrada a su Corazón Inmaculado por el Soberano Pontífice reinante, en comunión profunda con el conjunto del cuerpo episcopal del mundo entero.

Ahora bien, hay una visión profética de San Maximiliano Kolbe, el héroe católico de Auschwitz, según la cual la Estrella Roja del comunismo va a encontrarse un día reemplazada, en el remate del Kremlin, por la estatua de la Inmaculada Concepción, y que ese día va a comenzar una nueva etapa de la historia de Rusia, la etapa final, decisiva, de toda su historia y de su misión suprahistórica secreta.

Hay que recordar que existe, en la iglesia católica de la Inmaculada Concepción en Moscú, calle Malaia Gruzinskaia, una estatua de la Inmaculada Concepciuón que se tiene precisamente por aquella que debería encontrarse en lo venidero presente y radiante en la cima del Kremlin, en lugar de la Estrella Roja, y es justamente lo que el Presidente Vladimir Putin debe en la actualidad hacer muy imperiosamente, porque no tiene elección.

Las grandes disposiciones de la Divina Providencia no son nunca significativas a la escala de las apreciaciones humanas. Un simple hecho como el de la elevación de la estatua de la Inmaculada Concepción en el remate del Kremlin puede tener repercusiones incalculables, consecuencias político-históricas inmensas. Tal como la no-ejecución de esas mismas disposiciones puede provocar impedimentos, incluso catástrofes imprevisibles, definitivas.

El estatuto de la elevación de la estatua de la Inmaculada Concepción sobre la aguja del Kremlin es el de una petición providencial de la misma naturaleza que la que Santa Margarita María Alacoque había hecho saber a Luis XIV en nombre del cielo, a saber que él hiciese marcar todos los estandartes del Reino con las armas del Sagrado Corazón de Jesús. Como Luis XIV no creyó que debiese dar curso a la invitación que le era hecha así por el cielo, por esto mismo hizo contraer a Francia una deuda negativa que ésta se halla lejos aún de haber terminado de pagar.

Habrá por tanto que velar para que esta misma desventura trágica no venga a producirse, también, a propósito de la orden venida de lo alto en cuanto al emplazamiento de la estatua de la Inmaculada Concepción en la cima del Kremlin. Que ningún malentendido en el trayecto se produzca.

(3) Tal como se ha dicho ya, aquí mismo, si Rusia debe tomar parte entera en
el acontecimiento a la vez histórico y suprahistórico de un «Gran Imperio Eurasiático del Fin», comprendiendo la Europa del Oeste, la Europa del Este, Rusia y la Gran Siberia, el Tibet, la India y el Japón, y como no puede haber un nuevo Imperio sin una renovación de la religión propia del Imperio, corresponde pues al Presidente Vladimir Putin hacer proceder a la reintegración de la «gran ortodoxia» rusa y este-europea y del catolicismo tradicional romano en un «tercer estado» de hecho, en el que las dos grandes religiones europeas reencontrarían su unidad originaria, renovada por su integración al seno de la identidad imperial nuevamente establecida, «del Atlántico al Pacífico».

Es necesario que Vladimir Putin se arriesgue a jugar la «gran ortodoxia» contra ella misma por ella misma, sabiendo imponerle las elecciones necesarias, todas las elecciones necesarias, en nombre de los más grandes destinos imperiales de Rusia. La fortaleza intransigente de la «gran ortodoxia», sólo Vladimir Putin puede hoy maniobrarla para llevarla a la razón de la historia que cambia.

(4) El solo gesto fundamental en estado de poder marcar el momento en que la historia europea gran-continental se imponga sobre su propia anti-historia, el momento de la inversión de los tiempos, es el de la liberación político-histórica y religiosa de la Basílica Imperial de Santa Sofía, en Constantinopla, y de su gloriosa vuelta al culto de antes del hundimiento del Imperio de Oriente sumergido por la marea irresistible y caótica del Islam. Porque es necesario que el fin del luto abisal de la historia occidental del mundo coincida sobrenaturalmente con la liberación del santuario de la Basílica de Santa Sofía, cuya destitución había marcado precisamente la toma de luto por los nuestros, y por el conjunto de nuestra historia después.

El mito movilizador de vanguardia del nuevo ascenso revolucionario de la Gran Europa continental de dimensiones eurasiáticas, que representa hoy la tarea escatológica predestinada de la «Nueva Rusia» de Vladimir Putin, no podría ser otro que el de la liberación de Santa Sofía, voto y juramento fundamental del nuevo comienzo de la historia de Rusia liberada de las tinieblas del comunismo y por esto mismo devuelta a sus propios destinos anteriores, a su propia identidad arcaica, abisal, de los orígenes.

La liberación de Santa Sofía, tarea simbólica suprema de la resturación imperial de Rusia marcada por la subida al poder providencial de Vladimir Putin, tarea simbólica suprema, también, del propio destino de Vladimir Putin.

En este sentido, la guerra político-estratégica librada actualmente por Rusia en Chechenia, contra el terrorismo revolucionario del Islam fundamentalista no es en el hecho sino una instancia dialéctica de la gran batalla simbólica final por la liberación de Santa Sofía.

En febrero de 2001, en Munich, el secretario del Consejo de Seguridad de la Federación Rusa, Sergei Ivanov, declaraba: Rusia se encuentra en primera línea en la lucha contra el terrorismo internacional para salvar el mundo civilizado, de la misma manera como ha salvado Europa de la invasión tártaro-mongola del siglo XIII, al precio de inmensos sufrimientos y sacrificios. Sergei Ivanov había hecho estas declaraciones en relación directa con el combate político-estratégico de Rusia en Chechenia, que constituía el fondo de su discurso.

7. «El espíritu ha nacido, y se desarrolla»

Un doble objetivo se nos presenta así: no dejar de recordar a las élites revolucionarias de la «Nueva Rusia» la urgencia de sus propias misiones en relación con el devenir actual de la nueva historia imperial europea gran-continental, eurasiática, y revelar, hacer comprender a las élites revolucionarias europeas occidentales cuáles son el sentido y la realidad actuante del actual giro escatológico imperial que está en trance de tomar la evolución histórica en curso de la «Nueva Rusia» del Presidente Vladimir Putin.

Porque nuestros objetivos de guerra ideológica total son en el presente, sobre todo, los objetivos de la nueva toma de conciencia revolucionaria de una generación predestinada, que está en proceso de constituirse ella misma en tanto tal y accede de sí misma a la conciencia revolucionaria nueva que es la suya. Y lo que nosotros hemos comprendido y lo que estamos en trance de hacer comprender a los nuestros, es la extraordinaria importancia histórica y suprahistórica de la actual emergencia del «concepto absoluto» Vladimir Putin en Rusia y, por tanto, en el corazón mismo de la nueva historia europea gran-continental del mundo que se afirma en el presente en términos de conciencia revolucionaria inmediata y en términos de acción revolucionaria inmediata.

Nosotros somos hoy algunos portadores de esta nueva conciencia revolucionaria, y no debemos dejar de darla a conocer a todos aquellos que sabemos son de los nuestros. Es lo que Raymond Abellio –que en ese momento se llamaba todavía Georges Soulés- había comprendido, ya en 1943, cuando escribía, en su libro profético fundamental, El fin del nihilismo, que «el Espíritu ha nacido, y se desarrolla». Porque, en efecto, ¿qué puede ser la nueva historia revolucionaria del mundo, sino la historia secreta del desarrollo del Nuevo Espíritu, ya en acción? ¿Es otra cosa la historia que el lugar de la manifestación visible al mismo tiempo que invisible del Espíritu Santo? ¿Y nosotros, qué somos, en último análisis, sino los agentes secretos del Espíritu Santo en acción en la historia en marcha, los agentes secretos de la conspiración revolucionaria del Espíritu Santo?

Lo que hoy está en juego, se sabe: que la civilización europea final sobreviva o perezca. Y esto depende, en adelante, exclusivamente de nosotros; esto, precisamente, lo sabemos también. Que el centro de gravedad geopolítica de la actual historia europea gran-continental se haya desplazado hacia el Este, hacia la «Nueva Rusia» de Vladimir Putin, hacia ej Sudeste europeo bajo la influencia ideológico-política de Vojislav Kostunica, representa, hoy, un cambio histórico tan imprevisto como absolutamente decisivo, tan profundo como fundamentalmente comprometido en el sentido de un renuevo del destino final que desde ahora va tener que ser ineluctablemente el nuestro.

Porque es a nosotros que corresponde en el presente la decisión revolucionaria final, el «salto por encima del precipicio» en el que desemboca hoy, fatalmente, la marcha de la historia del mundo a su fin, que es también, se lo quiera o no, nuestra historia, y nuestro mundo. ¿Estamos a la altura de la situación? Es lo que se verá.

De todas maneras, somos, nosotros, el pequeño número de los que se supone tomarán sobre ellos la responsabilidad de hecho del actual giro revolucionario de la nueva historia europea gran-continental en curso de emergencia a la luz del día; y nos conocemos ya entre nosotros, todos, desde Moscú hasta Dublín, del «Atlántico al Pacífico», cada uno de nosotros allí donde se encuentre en el momento. La «Línea del Frente», la mantenemos sin ninguna interrupción.

Todo está ya en su lugar. Lo que esperamos, es la señal que nos llevará al asalto revolucionario de nuestra propia historia empeñada en la batalla conra las posiciones de su propia anti­historia actualmente en el poder por todas partes en la Europa del Oeste: la guerra de liberación contra la dominación final de la antihistoria occidental en el poder será la guerra de liberación final del eterno occidente del mundo, del que nosotros representamos hoy la conciencia suprahistóricamente activa, la conciencia revolucionaria de primera línea.

[1] J.P. se ha referido en otro artículo, «Vladimir Putin y el Imperio Eurasiático del Fin» [ahora en Vladimir Poutine et l’Eurasie, París, 2005], al mariscal N. V. Ogarkov, jefe del Estado Mayor General de la URSS a fines de los años 60, quien propuso la «militarización integral» y la «movilización general y permanente» del aparato industrial y de la economía soviética en su conjunto. (N.dlR.)

Fuente: Ciudad de los Césares.

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