por Geidar Dzhemal – 30-12-2013 – Geidar Dzhemal toma como punto de partida para su reflexión las tesis de A. Dugin acerca de la ”hegemonía” y la “contrahegemonía”.
El momento clave a la hora de analizar el liberalismo global para A. Dugin es la “libertad frente a…” Según él, este principio (el concepto de “liberty” – N. del T.) como una apisonadora pasa por encima de las comunidades e identidades que representan una manifestación del “totalitarismo”. En cuanto este “totalitarismo” es detectado, se queda sin argumentos frente a la “libertad”. Los últimos baluartes del “fascismo” que caerán, serán la “falta de libertad” frente al género fijo y la “falta de libertad” frente al estatus del ser humano…
Aquí es importante comprender una cosa: “libertad” (de la que habla Mill y cualquier pensador liberal) ¡no es una categoría metafísica! Se trata de una categoría social, más exactamente de un instrumento social que sirve para desmontar los núcleos de infidelidad frente a la sociedad, presentados como “fascismo/totalitarismo”. El nacional-patriotismo o, pongamos el “machismo”, o el racismo etc. no son más que sombras, reliquias, substitutos de lo “metafísico” (en el sentido de supraindividual), que por inercia aún siguen incorporados en la sociedad actual, y como tales se le oponen, le estorban. Todas estas lealtades hacia distintas identidades colectivas representan fragmentos de la “sociedad política”, definitivamente derrotada en 1945 (no se trata de la derrota del Reich, sino de algo más serio). Estas lealtades impiden al individuo ser definitiva y totalmente absorbido por la Sociedad Contemporánea Global ¡que sobre todo no es política!
¿Y cómo es? La Sociedad Contemporánea Global es el “Todo” autosuficiente, en la que el Ser desaparece, encarnado en la cosa social. El “CIELO” y la “TIERRA” metafísicos se convierten en tan solo dos aspectos derivados dentro de la “infinita” sociedad. Lo último que le queda por comerse es el hombre y es lo que está ocurriendo.
A diferencia de la Sociedad Contemporánea Global, la “sociedad política” del pasado ejercía como intermediario dentro del triángulo “cielo-tierra-hombre”, y en aquella sociedad el Ser, claro está, no podía ser social, sino que era antropológico, encarnado en el “faraón/césar”. Sin embargo, tanto en su calidad anterior antropológica, como en su calidad social actual el Ser (su proyección dentro del “espejo” de nuestro mundo) representa el poder en sí mismo, en su estado puro, sin diluir. El “Ser” en su definición ontológica platónica y el “Poder” son sinónimos.
Ahora llegamos a lo más importante: una vez liberado de todos los “totalitarismos”, incluida su pertenecía al género humano, el individuo se convierte en absolutamente totalitario porque se identifica sin reservas con la “cosa social”. ¡Se identifica con la sociedad pura y simplemente! Mientras tanto para el ciudadano común la propia sociedad se convierte (como ya sucede) en un juego de ordenador de múltiples niveles en el que este ciudadano cambia las identidades, realizando la “libertad” infinita de una manera completamente totalitaria. Y el beneficiario interior de este resultado resulta ser… el Club Tradicionalista, que dentro de esta sociedad de accionistas global recibe el 100% de las acciones, es decir que recibe todo el ser socializado como su recurso exclusivo y monopolizado.
Podría parecer que en la “tríada” duginiana “conservadurismo, fascismo, comunismo” el conservadurismo se sitúa aparte. Que los conservadores toman lo sagrado en serio, como punto de partida para construir su sistema de valores. La mitología del conservadurismo es tal que las cuidadas barbas de los senadores zaristas y las cintas con las estrellas de los mariscales se perciben casi como si fueran las cartas de presentación entregadas por el “Rey del Mundo” en persona…
¡Pero por desgracia no es así! En su calidad de liberales toda la camarilla conservadora todavía le daría ventaja a Popper: porque la misma idea de la “protección” del trono se fundamentaba en el más profundo agnosticismo, en sacar entre paréntesis incluso la sospecha del Significado. Para el conservadurismo el Significado (o incluso simplemente “significado”) siempre representa una provocación, incluso una subversión. Y es por lo que a lo largo de toda la historia del monarquismo posilustrado (y sobre todo en Rusia de los Románov) los tradicionalistas que con toda sinceridad acudían a la corte con besos, abrazos y aleluyas siempre recibían una colleja, sino una bofetada. (¡Los eslavófilos no lograban entender por qué les maltrataban! Pero es como si el temprano Alexandr Dugin se dirigiera a Medvédev con el proyecto de la “revolución conservadora”…)
No obstante en el esquema ofrecido por A. Dugin hay otra laguna más seria. El proyecto comunista, teóricamente opuesto al liberal, en general todo el ideario de la izquierda (salvo algunos detalles técnicos) es el que precisamente se realiza a través de la victoria del más exacerbado liberalismo. Hay que estar ciego para no ver: el “Manifiesto comunista” de 1848 es exactamente aquello con lo que nos “pretende asustar” Dugin, cuando habla, vía Gramsci, de la hegemonía. Porque el proyecto de la izquierda en su máxima expresión cósmica precisamente significa la realización de la libertad frente a la familia, a la diferencia de género, frente a todas las formas de coacción, de todas las identidades, frente a la clase (el ideal de la sociedad sin clases), naturalmente frente a la nación etc.
Matrimonios homosexuales, niños educados en común, promiscuidad, a los que a los hippies de los 60 ya les hubiera gustado llegar, todo ello como la condición para el florecimiento creativo de los individuos libres… En una palabra, camaradas, abran a Marx ¡ahí está descrito todo con lo que podrían soñar en sus más atrevidos sueños las Pussy Riot, Alice Cooper y Aleister Crowley!
Y sin embargo Dugin nos informa secamente de que en su enfrentamiento con el liberalismo el comunismo ha sufrido la suerte de una olla de barro que ha caído sobre el suelo de baldosas. A lo mejor es que se refiere a algún otro “comunismo”, distinto al de los padres fundadores, que no tiene nada que ver con la “Ciudad del Sol”… En efecto, por lo visto, se refiere al estalinismo, entonces, ciertamente, el estalinismo ha perdido. ¿Pero ante quién? ¿No será que ante el auténtico ideario de la izquierda, ante el trotskismo?
Desde dónde estamos situados ahora se ve claramente que tanto el proyecto de la izquierda (cosmismo, que podríamos definir como el platonismo de izquierda, por analogía con el hegelianismo de izquierda), como el fascismo (realmente un proyecto hipersocial totalmente desangelado), lo mismo que el conservadurismo en todas sus variedades – no son más que instrumentos para desmontar la “sociedad política” clásica. Y que son tanto más efectivos cuanto que constituyen su simulacro.
Antes hemos señalado que la “sociedad política” es el intermediario operativo dentro de la tríada sagrada “cielo-tierra-hombre”. Habría que concretar esta tesis. En este caso estamos hablando de la “condición humana”, de la “miseria humana”. De ejemplo pueden servir los hombres que arrastraban una existencia miserable y a los que acudió el titán Prometeo. Era exactamente aquel ser humano quien pedía el favor al “cielo” (Olimpo en sus variadas y contradictorias manifestaciones), para que el “cielo” le asegurara la actitud benéfica de la “tierra” (y no solo en su dimensión material, pero es una cuestión aparte).
El problema está en que el simple mortal no puede dirigirse al Olimpo sin más. Para establecer la comunicación hace falta alguna semejanza. En seguida parece surgir la figura del intermediario, del sacerdote, chamán ¡pero no es todo tan sencillo!
El sacerdote se convierte en “sacerdote” únicamente en el contexto específico de la sociedad, formada siguiendo una matriz predeterminada. Si el mundo es el espejo (uno de muchos) en el que el Ser se refleja como totalidad, la sociedad representa el espejo interior de “segundo orden”. Dentro del mundo – el espejo Nº1 – el Ser (Gran Ser) se refleja como inversión, al revés, como es propio del reflejo. Debido a esta circunstancia la metafísica tradicional contrapone el mundo y el Ser divinizado: el mundo aparece como el negativo especular del Original perfecto. Es lo que llaman la “esencia natural” del mundo opuesta al arquetipo ideal.
La sociedad como el reflejo de segundo orden es la inversión de la inversión. En otras palabras, proporciona la copia/análogo “correcta” del Ser, pero ensombrecida y empequeñecida. Y debido a eso – la copia por el contraste con el mundo – pertenece al orden “sobrenatural”. Se puede decir, que es el primer contorno de lo “sobrenatural” en el que, por ejemplo, queda evidente que no se cumple la ley física de la conservación de la energía y de la materia. (Y es por lo que resulta inconsistente el “discurso transversal” del materialismo dialéctico que va del polvo estelar a las “resplandecientes cumbres” del comunismo: ¡no existe la teoría física del “campo único” que pueda unir el micromundo y el macromundo!)
En el centro de la sociedad se encuentra la figurita del ser que es el icono vivo del Gran Ser. En ella se concentra el Ser reflejado y “restaurado” (ya dentro del segundo contorno), que sin duda posee un carácter “sobrenatural” (aquí Guénon hubiera puesto una nota sobre las curaciones milagrosas causadas por el roce de la mano del rey). Ese Ser es exactamente el poder en su significado directo y primordial.
Ser como poder, incluso a nivel semántico esas categorías son sinónimos, si tenemos en cuenta que el Ser es la posibilidad suprimida por el negativo y por lo tanto realizada. En la mayoría de las lenguas orientales y occidentales la idea del dominio está contenida en el concepto de “poder”, que lleva a las categorías tanto de “posibilidad”, como de “fuerza”: poder, pouvoir, power, iqtidar (del árabe QADAR). El Ser es la síntesis extensiva ilimitada de las posibilidades finales, atravesada por la corriente inmanente de la negación universal. La negación suprime las posibilidades finales (“posibilidades de lo finito”) como las “cosas en sí”, convirtiéndolas en las ideas abiertas unas a otras. En última instancia la realidad es la interreflexión de las ideas.
Una buena metáfora para describir el estatus del Ser puro – Poder es la imagen de oro físico como “tesoro”: es un valor fijo que permanece en la caja fuerte, pero por sí mismo no trae dividendos en efectivo, sino solo virtuales, debido al permanente aumento de su precio. Para poder actualizar este tesoro hay que emitir el dinero por el valor de “nuestro” oro. Aquí es cuando surge el problema: siempre aparece la tentación de imprimir algo más de dinero de lo que el tesoro vale. (Otra metáfora: un billete de un millón de libras que entregan a un vagabundo para probarlo – éste, tan solo enseñando el billete, sin gastarlo, se las ingenia para despilfarrar una suma mucho más grande). Así que: el margen sin garantizar que queda entre el valor real y la masa monetaria puesta en circulación (¡recuerdo que se trata de una metáfora!) es exactamente el peso y el volumen de los liberales. Pero además su parte en los “papeles” sin respaldar como valor nominal puede superar las participaciones de los demás jugadores.
Ahora habría que aclarar el significado del término gramsciano de “hegemonía” con el que opera Dugin. Él afirma que la “hegemonía” representa la apropiación completa de todo el discurso por los liberales. Si lo traducimos a mi lenguaje se corresponde con la total socialización del hombre, su absorción completa por la sociedad. Dentro del contexto del pensamiento gramsciano-duginiano la hegemonía debería de significar el predominio de lo puramente social sobre lo antropológico. Pero tal explicación del término contradice la fe de Dugin en que los liberales “se han llevado la banca” y se han apropiado de todo. Porque los liberales no son más que el instrumento de la socialización, pero no son los beneficiarios de esta transformación preapocalíptica. En el mejor de los casos son uno de los sujetos históricos de segundo orden.
Explicaré lo que ocurre con la “hegemonía” desde mi punto de vista. Acabamos de tocar el tema del Ser como poder, el reflejo del Gran Ser en una figura central, cuya proyección es el colectivo humano.
Esa figura central se corresponde con lo que Guénon llama “Adán terrenal”, que se encuentra en la intersección del plano de nuestro mundo con el “Eje de los mundos” vertical. (Claro que no se trata del Adán de la revelación abrahámica, sino más bien del “insan”, término árabe que define al “hombre como microcosmos”.)
El Ser/Poder es un aval real. Pero como ocurre con todos los avales, éste – el más importante de todos – no puede ser utilizado más que de forma derivada. En otras palabras con este aval de la presencia sagrada en el centro de nuestro mundo, metafóricamente hablando, hay que emitir las “acciones”. No hay que interpretarlo como una valoración estrictamente cuantitativa, “financiera” del Ser, representado en el espejo de la sociedad. De lo que se trata es que el Ser como algo “inmóvil” y sagrado obtiene una proyección en forma de una potencia operativa. Es decir que aquello sujetos que tienen el acceso a una determinada parte de este potencial, pueden hacer algo en lo que se refiere a los destinos humanos, pueden decidir en el proceso histórico.
La situación es análoga a la de los participantes en una sociedad de accionistas, que poseen determinados paquetes de acciones y según el volumen de estos paquetes pueden influir en la toma de decisiones o bloquearlas. Las acciones, como se sabe, se emiten en base a algo concreto que obtiene su valor solo cuando se transforma en el capital. En este caso la referencia es el propio Ser.
Pero este paquete de acciones recibe su precio, su valor representa todo lo que el hombre ha creado y el precio de la propia humanidad, determinado por el nivel de capitalización del tiempo vital de los seres humanos. Lo que significa que en los tiempos de los faraones el Ser tenía un determinado volumen del capital y que hoy es distinto, mucho mayor. Ocurre algo paradójico: la sacralidad del ser del faraón, su realidad ontológica era incomparablemente mayor que la de, por ejemplo, actual reina de Gran Bretaña. Sin embargo la capitalización del poder hoy es mucho mayor. En otras palabras, la sociedad de “acciones” global ha crecido monstruosamente a lo largo de los milenios. Pero incluso para A. Dugin sería difícil afirmar que los liberales han quedado como los únicos socios accionistas. Sí, son los accionistas mayoritarios, pero no los únicos…
La hegemonía en realidad no es la “falta de alternativas” ante cualquier discurso, incluso del liberal. Es la falta de alternativa frente al propio poder – la proyección directa del Ser como TOTALIDAD sobre el espacio de nuestro mundo como PARTE concreta. Desarrollando la metáfora del “tesoro” es la ausencia de alternativa al oro como patrón de referencia… Porque se puede imprimir el dinero en papel con la variedad que se quiera, con los símbolos de lo más variado. Pero en cualquier caso todos esos papelitos estarán atados al oro, aunque sea de una manera derivada virtual. Es lo que los diferencia del “dinero”, dibujado por una persona particular (un “idiota” en el sentido etimológico de la palabra).
De ahí la sensación pesimista de lo invencible, eterno del Sistema que se debe a la inconsciente comprensión de su esencia sobrehumana. Aquí, por cierto, está contenida la respuesta a todos los críticos de derechas del actual “profanismo”: la última y definitiva raíz sobre la que se afianza incluso el secularismo más degenerado seguirá siendo el mismo recurso ontológico “tradicional” que aseguraba el régimen de Nínive o de Babilonia. ¡Sencillamente no puede ser de otra manera!
La explicación del pesimismo “contrarrevolucionario” está en que los que están contagiados por él sencillamente no han podido realizarse como radicales. Lo que significa que, debido a su constitución interna, fueron incapaces de elevarse lo suficiente como para descubrir en el inconcebible y desafiante hecho de su propia conciencia la ocasión única para hacer explotar toda la metafísica de la identificación (de la metafísica tradicional, basada en la identificación final del “Yo” individual con el Absoluto – N. del T.). Sin embargo aquellos que incluso tan solo vislumbran semejante perspectiva, jamás se pondrán de rodillas, por muchos golpes y derrotas que les inflija la fatalidad histórica.
Para terminar, y aunque no se trata más que de un boceto en forma de tesis que necesitarían mayor desarrollo, quisiera añadir lo siguiente. Dado que el pathos del liberalismo consiste en la deconstrucción del hombre en el camino de su liberación de todo lo que se opone a su total socialización, el pathos del radicalismo debe ser la CONTRADECONSTRUCCIÓN que vaya a su encuentro y que se realiza en primer lugar con respecto a la sociedad que constituye un fenómeno parametafísico (donde el original y el simulacro felizmente coinciden), cósmico y, por último, socio-político.
En la máxima de Lenin: “No se puede vivir en la sociedad y ser libre de la sociedad” el liberalismo se da como desde su reverso, al revés. El mismo pensamiento marca el perfil del programa antiliberal: dentro de la sociedad se debe formar el segundo contorno de lo “sobrenatural” ¡como la antítesis auténtica (y no simulada) de la sociedad! La vida dentro de este contorno de la protesta le proporciona al hombre la libertad real y no simplemente virtual… Para los ejemplos no hace falta irse muy lejos: la Voluntad del Pueblo (organización terrorista revolucionaria rusa que en 1881 mató al zar Alejandro II – N. del T.), Baader-Meinhof, “Rama Davidiana”… Así, por cierto, se descubre el secreto de las sectas totalitarias como las últimas barricadas contra la muerte de la “persona” dentro del globalismo social. Claro que se trata de instrumentos inservibles, pero se entiende de lo que hablamos.
La cuestión en realidad es la de la masa crítica: ¿cuántas “Voluntades del Pueblo” por todo el mundo hacen falta para construir sobre su base el gobierno mundial alternativo que acabe con la pretensión de “Lucifer el Resplandeciente” de monopolizar el poder? Está claro que es imposible reunir semejante “masa” contando con el pensamiento provinciano particular y trozos de conceptos marginales, sobre todo, después de que el marxismo ha demostrado su completa inutilidad estratégica como discurso contestatario.
(Traducido del ruso por Arturo Marián Llanos)