por Geidar Dzhemal – No existe hoy en el Islam político otra idea más discutida y rebatida que el proyecto de la restauración del califato. El partido más conocido de los partidarios del califato es el Hizb ut-Tahrir. También en el espacio de internet sus seguidores están muy activos y se pueden encontrar los argumentos de los “tahriristas” y su polémica con los que dudan en prácticamente todos los idiomas.
Y hay muchos que dudan: según la visión de la historia islámica más extendida (no chiita), únicamente los cuatro primeros califas – Abu Bakr, Umar, Usmán y Alí – fueron califas justos. Después se sucedieron tres principales califatos: el Omeya, Abasida y Otomano, que terminó en 1922. Ninguno de estos califatos cumplía las exigencias del fikh acerca del sistema perfecto del gobierno islámico (además había existido también la rama de los Omeyas en el Califato de Córdoba y el Califato Fatimida en Egipto).
Los que ponen en duda que el principal objetivo del Islam político en actualidad debe ser la restauración del califato, parten de una observación bastante evidente – de que con los recursos humanos de la comunidad musulmana mundial es imposible restaurar el califato justo.
En tanto que el califato injusto podría representar para el Islam un mal mayor que la simple ausencia del califato. El restablecimiento del poder del representante del Profeta sobre umma representa un acontecimiento escatológico y testimonia la llegada del reino hiliástico de la justicia y la verdad, dirigido por el Guiado, es decir por el representante de la estirpe del profeta Muhhamad, que tiene determinadas características y que aparece ante el mundo debido directamente a la voluntad del Altísimo. En ese punto coinciden tanto los chiitas como los sunitas, dado que la dogmática referente a Mahdi (“guiado por Allah”), está reflejada en la colección básica de los hadiz de Buharí, reconocida por todos los sunitas.
Otro aspecto de lo dudoso del objetivo de restaurar el califato en el tiempo normal “no escatológico” es que las élites occidentales prestan claramente su apoyo a los califatistas. Ya se ha señalado que uno de los principales centros de Hizb ut-Tahrir está en Londres, y que en todo el mundo musulmán este movimiento actúa, apoyado por las fuerzas políticas, relacionadas con el llamado “partido anglófilo”, al que pertenece la mayoría de las dinastías de los estados monárquicos conservadores, en primer lugar los estados árabes del Golfo Pérsico. Esquemáticamente se puede decir que después de la Segunda Guerra Mundial el mundo islámico fue dividido entre dos cauces políticos: el viejo cauce conservador, relacionado con la monarquía británica e integrado en el establishment del mayor imperio colonial, dirigido desde Londres; y el segundo, orientado hacia los EE.UU., que como resultado de la victoria sobre la Europa continental se había convertido en la primera superpotencia en la historia que se propuso el objetivo de la “renovación” liberal de todo el espacio mundial. En la práctica ello supuso que los EE.UU. se dedicaron a destruir sistemáticamente el Imperio Británico a través de una serie de revoluciones antimonárquicas nacional-socialistas, de modo que en el Oriente Próximo quedaron frente a frente las monarquías conservadoras supervivientes y los regímenes dictatoriales nacional-socialistas – naseristas, kaddafistas, baasistas y otros nacional-revolucionarios. Las conexiones de estas nuevas pseudorepúblicas dictatoriales con Moscú no deben engañarnos. Todas ellas de una u otra manera formaban parte del plan soviético-americano para desmontar el colonialismo europeo (en primer lugar, británico).
El califato como tema es totalmente ajeno a los intereses imperiales americanos. Por lo tanto es también ajeno a la política de la administración americana, mientras esta exprese los parámetros geopolíticos del imperio americano.
Sin embargo el proyecto de la restauración del califato interesa al establishment tradicionalista de Europa o en otras palabras al club tradicionalista mundial, que está esperando su hora, preparando su futura revancha y el retorno al primer plano de la historia.
En primer lugar, la esencia de la idea del califato consiste en imponer el control centralizado sobre la ideología y la práctica religiosa de los musulmanes, que al día de hoy representan la comunidad religiosa más libre de la autoridad clerical en todo el mundo. Los musulmanes hoy no dependen de un único centro espiritual, que posea los recursos organizativos y otros para obligar a la comunidad a practicar el pensamiento único. Por mucho que se separen unas de otras distintas direcciones dentro del Islam, ninguna de ellas se convierte en la única legítima a costa de las demás. El califato está llamado a poner el fin a la libertad de la búsqueda religiosa, llevada a cabo dentro de la fundamental fidelidad al Corán y la Sunna. Sometería a los musulmanes a la autoridad del califa, que, según la concepción de Hizb ut-Tahrir, debe apoyarse en sus decisiones en la opinión de los elegidos mudzhtahid (teólogos, que tienen derecho de pronunciarse dentro de unos límites estrictamente determinados).
De esta manera el Islam radical dentro del marco del califato queda “fuera de la ley” no por su conflicto con el sistema imperialista global, sino porque entra en conflicto inmediato con la autoridad sagrada dentro del establishment musulmán. Lo que significa que a los musulmanes que actúan contra el orden establecido, se les retira el apoyo moral, ideológico y organizativo de la umma compuesta por mil millones y medio de musulmanes. Un objetivo muy atractivo para los geoestrategas del mundo occidental, que ven el futuro como el retorno a la coexistencia de un número reducido de civilizaciones sacrales, cuyas relaciones se coordinan a nivel de los “augures” iniciados y la aristocracia tradicional que cumple su voluntad.
Es evidente que los candidatos próximos para formar el núcleo de ese establishment califático son las monarquías del Golfo Pérsico, la dinastía hachemita, conservada en Jordania y estrechamente ligada a la casa real de Gran Bretaña, así como el grueso de la nobleza tradicional, que fue expulsado a la emigración por las revoluciones nacionales de los años 50-60.
Para organizar el canal de influencia desde este núcleo hacia las regiones tan importantes como el Cáucaso postsoviético y Asia Central es para lo que existe el partido Hizb ut-Tahrir, cuya influencia sobre el espacio postsoviético crece a gran velocidad (si Uzbekistán se consideraba como escenario habitual de la actividad de Hizb ut-Tahrir, su actual expansión en Dagestán y entre las diásporas caucásicas de Rusia es un fenómeno completamente novedoso).
Hay que destacar que los EE.UU. que hace 60 años aparecían como los principales destructores del clásico tradicionalismo de orientación anglófila, hoy están perdiendo la “guerra fría” contra Europa. En primer lugar la cada vez peor situación de la Unión Europea representa en realidad la crisis de las estructuras político-lobbísticas proamericanas dentro de los países europeos.
No obstante el derrumbe del proyecto americano de Europa unida en realidad representa un golpe contra el neoliberalismo llegado al Viejo Mundo sobre las bayonetas americanas y despeja el camino a la revancha tradicionalista. En segundo lugar, el movimiento del “despertar islámico” derriba uno tras otro a los liberales que encabezaban los regímenes republicanos y que alcanzaron en su día el poder gracias al apoyo de la CIA. Como resultado de la controvertida “primavera árabe”, en la que muchos buscan las presuntas huellas de inspiración norteamericana, Washington casi ha perdido las palancas reales para poder influir directamente en la región (una cosa era ordenar a Mubarak, y otra muy distinta – mantener conversaciones de dudosa eficacia con los “Hermanos musulmanes”).
Ahora ya queda claro que el proyecto “Gran Oriente Medio” ha fracasado. Pero justamente este proyecto era la alternativa lanzada por los republicanos americanos al califato, que representa el tema del tradicionalismo europeo.
www.islamkom.org /Comité Islámico de Rusia/, 19 de abril de 2012. Originalmente para www.iran.ru
(Traducción directa del ruso de Arturo Marián Llanos)